En una columna anterior hice alusión a eventos inesperados, como pérdida parcial de la banca, deslizamientos de tierra, que usualmente ocurren en la vía Panamericana, en un viaje Cali-Pasto-Cali; estos, prolongan la duración de la travesía y la hacen más problemática, sobre todo cuando uno se desplaza con niños, como me ocurrió en años recientes, cuando un derrumbe sepultó a varias personas, en las proximidades de Rosas, departamento del Cauca.
En esa ocasión, recuerdo que el dolor por la pérdida de vidas, se intensificó porque viajaba con mi esposa y con mis dos hijos, uno de ellos de escasos dos años de edad.
Con ellos, bajo el frío de la noche, bañados por copiosas gotas de agua, que parecían lágrimas que se unían al dolor esculpido en aquellos momentos, tuvimos que soportar horas atrapados en la vía, horas que marcaron una noche entera y que imprimieron en mi memoria, los sufrimientos que padecen, no solo quienes habitan dicha región, sino también quienes, por razones familiares, como en mi caso, tenemos que atravesar una ruta labrada en un suelo deleznable.
En días recientes una vez más, varias veredas cercanas a Rosas, fueron borradas por cientos de toneladas de tierra que rodaron desde una montaña, tierra que acabó también con un fragmento de la vía Panamericana.
Afortunadamente la alerta oportuna permitió que los lugareños abandonaran sus moradas, porque de lo contrario los estragos se hubiesen acrecentado.
Estos acontecimientos duelen porque como se anotó, son recurrentes y las medidas que se han tomado para solventarlos no han sido contundentes.
En un reporte televisivo reciente, un ingeniero, representante de una asociación de dicho gremio, mostró los planos que se levantaron hace casi medio siglo y que se entregaron a los autoridades competentes de aquel entonces; estos indican el trazo de la ruta actual y el recorrido que se sugirió para evitarla y detener de este modo, los valladares ya descritos.
Después de todo, son los habitantes del Cauca, Putumayo y Nariño, en primera instancia, quienes sufren los rigores de estos fenómenos, rigores que los privan de alimentos, de combustible, y que además, debilitan sus finanzas y desestabilizan su tranquilidad emocional.
Es hora entonces, de emprender acciones eficaces para acabar de manera definitiva con este martirio.
Mientras tanto, buen favor le hará a los predichos departamentos, la implementación de una normatividad temporal encaminada a evitar el alza desmedida del costo de vida, ya bastante elevado por cierto, por efectos de la recesión económica que signa estos tiempos.