Qué rico sería que todos muriéramos de viejos o de complicaciones de salud, como en otros tiempos, cuando los médicos luchaban para tratar de salvar una vida, pero ahora ni a ellos les dan la oportunidad de hacer algo por el prójimo.
Quisiera regresar muchos años atrás, cuando no perdían la vida tantos jóvenes y la tristeza no era tan frecuente en nuestra Tuluá.
Todos anhelamos una tierra fértil, donde sus habitantes tengan la piel quemada por el sol y no por las balas, donde trabajemos por un futuro para nuestros hijos
Quiero una ciudad donde podamos creer y pensar que todavía existen escuelas e iglesias con campanarios que llaman a la oración y donde nuestras familias acudan a pedir por un mejor mañana.
No quiero que las boletas amenazantes sigan llegando para el destierro de la gente buena de esta ciudad. No quiero que mi celular suene solo para escuchar sobre las amarguras de mi gente; qué bueno es recibir buenas noticias.
Quiero a mi Tuluá con los recuerdos de lo vivido en la infancia, con su alegre música, con la pujanza de sus habitantes.
Quiero como tulueña el progreso, pero con la vida de una ciudad pequeña, donde no estemos pendientes de la inseguridad, del alto costo de las papas y de los huevos, donde no tengamos que proteger a los niños de las drogas y las armas y, por el contrario, puedan jugar en las calles al ponchado y la rayuela.
Una Tuluá, donde la gente trabajadora no tenga que escapar a otras poblaciones o países para defender sus bienes.
Quisiera que terminaran las pesadillas de los crímenes que a diario tenemos que registrar.
Quisiera poder meterme al corazón de las personas que empuñan las armas para explicarles sobre la amargura y el enorme dolor que deja la muerte violenta de un ser querido.