Las historias de la gente excepcional existen, por supuesto, son personas a quienes las circunstancias históricas, pobreza y limitaciones, parecían trazarles un destino; algo así se puede decir de Jonas Mekas, desde que ese soldado le rompió la primera cámara que tuvo con la que salió a grabar la ocupación en su pequeño pueblo, pasando por el exilio, hasta la identidad fragmentada, dispersa, que se volvió su mirada del mundo y el ritmo de su montaje.
Me gusta cómo mira el mundo Jonas Mekas, logró capturar durante años la belleza del instante vivido: una comida con amigos en casa, el nacimiento de sus hijos, los primeros pasos, presentaciones artísticas, su esposa en el Central Park… Ese acercamiento al mundo no solo proviene de su vida después de la II Guerra mundial, también viene de su vida antes: tenía un juego con sus padres, esto contó en una entrevista para The Guardian: “tarde en la noche contaba todo lo que había visto en la granja ese día.
Era muy simple, una recitación realista de los eventos pequeños de todos los días. Nada era inventado. Recuerdo la buena recepción que tenía en mi madre y padre. También recuerdo el sentimiento de intensidad que experimentaba al describir los detalles de lo que hacía mi padre todos los días.
He estado tratando de encontrar esa intensidad en mi trabajo desde entonces”.
Tomarse el tiempo de descubrirse, y observar a los otros siendo los protagonistas de sus propias vidas, por eso él nunca se definió como director sino como filmador, era ese hombre que salía con una cámara y veía la vida suceder a través de ella.
Lo que miraba, y el montaje posterior, me recuerdan una conversación consignada en el libro Nieve entre un padre y un hijo, la tradición familiar era dedicarse a la guerra o a la religión, el hijo dice que quiere ser poeta, su padre mira el lago bajo el puente y le dice que la poesía es como esa agua que se va, su hijo responde: eso quiero hacer, ver cómo pasa el tiempo.