Los efectos desgajados de la urbanización y capitalización del país, bajo el signo de la dependencia tecnológica no le ha dado la oportunidad al hombre colombiano de asumir por si mismo la renovación y transformación de sus propias creencias y valores.
Nuestro hombre se halló de pronto, ante un mundo que se le vino encima, que lo copó y aplastó; la realidad es que se le tornó extraña, lejana, ajena; se trata de una realidad con la que él, nada tiene que ver, con la que no se ha generado aún lazos de identificación. En esta nueva vida urbana atomizada y angustiante, él se halla solo en su lucha por la sobrevivencia; habita el reino de la socialización insolidaria por la existencia.
Sin desconocer la influencia decisiva de los factores de orden histórico y económico, yo me arriesgo a situar la principal causa de la anarquización de la vida social, la deshumanización y el miedo generalizado que dominan el paisaje de la realidad nacional, en la prolongada carencia de una educación liberal a nuestras últimas generaciones de colombianos, la formación ideológica convencional donde justamente se reconcilian la escolástica y el leninismo genera en la conciencia joven una moral dogmática que niega el papel de la responsabilidad individual y atrofia la comprensión de la existencia como un camino de búsqueda y superación constante, como un principio de transformación incesante de valores e ideales. Se enajena la personalidad en la sumisión en la autoridad y en la certidumbre fatalista del destino de la historia. Con la razón y la libre interpretación no orientan la conducta de los hombres, se erigen el radicalismo y la intolerancia, en fanatismo y el odio, como las únicas armas para superar el sentimiento de miseria y soledad y neutralizar las condiciones del mundo real. La filosofía de la subordinación de la personalidad produce un choque dramático entre las verdades interiorizadas y la necesidad de cuestionar la realidad que se experimenta.
Incluso, esta misma irracionalidad es la que moviliza los sentimientos de poder de los sicarios y violentos: ellos son hijos de una cultura ¿es nuestra moderna cultura? – que yuxtapone viejos valores a la sed de riquezas como instrumento determinante de movilidad social.