El gobierno nacional ha encendido de nuevo las alarmas durante esta temporada decembrina y de fin de año con motivo de la manipulación de la pólvora que ya inició su terrorífica senda de muerte en varios hogares colombianos, pese al peligro inminente que con anticipación revelan las autoridades en su afán de contener esta malhadada costumbre que no cesa a pesar de los ingentes esfuerzos y campañas adelantadas para evitarlo.
Todos los organismos del Estado que tienen relación con la niñez y la infancia comenzaron a diseñar un programa estricto que tiende a disminuir al máximo los hechos lamentables que deja la pólvora, desde su fabricación, cuando vemos que en ocasiones explotan allí mismo, hasta su destino final que, desafortunadamente son los niños.
Nada más desconcertante que ver en las camas de los hospitales los menores de edad, vendados de pies a cabeza, como consecuencia de las heridas sufridas con motivo de la pólvora, sean manipuladores, espectadores o los mismos comercializadores.
Ignoramos porqué motivo o razón, las autoridades no actúan ante los cientos de carretillas que en la noche de las “velitas” recorren las calles de las ciudades ofreciendo abiertamente el producto maldito, lo que incita a su compra por la misma atracción que lleva implícito estas celebraciones desde antes de la Navidad hasta el Año Nuevo.
Es increíble que se acepte como bienvenida las alboradas con la quema de los artefactos luminosos, desde el primero de diciembre, dizque anunciando la llegada del mes de diciembre, esta costumbre no está registrada en ningún hecho histórico que se recuerde como algo digno de celebrar.
Por allí están preocupados porque los perros, animales “sintientes” se ponen a temblar del miedo que le tienen al ruido que hace la quema de la pólvora, parece ser por su agudeza en su capacidad de escuchar, que no la tiene el hombre, pues muy bueno sería que igual o superior preocupación la tuvieran por las víctimas humanas, hombres, mujeres y niños, ya que el dolor de las familias es profundo, permanente y duradero, que deja cicatrices no solo en el cuerpo, sino en el alma, donde la culpabilidad crece de forma insospechada.
Crear conciencia sobre el respeto a la vida y la integridad física es un deber ineludible de las autoridades competentes, no se pueden cansar, deben insistir y persistir, no escatimar recursos en las campañas preventivas. Conseguir los mejores animadores, artistas y teatreros, para que caminen en las calles, visiten las instituciones educativas, de tal manera que la prevención urgente se convierta también en una gran fiesta, que conduzca a la celebración de la vida, de la alegría, de la fraternidad, del encuentro familiar, en esta época de fin de año, en donde todo convoca a la convivencia pacífica, a la armonía familiar y de vecindad, tal como fue en otro tiempo, cuando los abuelos repartían los dulces, batían la natilla y fritaban los buñuelos.
Tuluá y el centro del Valle, se ha distinguido por hacer uno de los alumbrados mejores del Valle del Cauca, cuando miles de turistas llegan a ver y disfrutar de un espectáculo deslumbrador, démosles la bienvenida con la noticia de que no toleramos quemados por la pólvora, para que también en este sentido demos ejemplo nacional.