La inteligencia entendida como la capacidad mental que habilita a un individuo para razonar, comprender ideas complejas, aprender con rapidez …, generalmente se mide con la escala Stanford-Binet, una modificación de la escala Binet-Simon.
Dicho baremo se centra en la inteligencia general y en las capacidades cognitivas, como las anotadas. De manera que el concepto de inteligencia es un constructo que ha permeado el pensamiento de occidente hasta nuestros días. Sin embargo, a finales del siglo pasado, Howard Gardner propuso la teoría de las inteligencias múltiples, que contempla estas inteligencias: lingüística, lógico-matemática, espacial, musical, corporal-cinestésica, interpersonal, intrapersonal y naturalista.
Esta teoría, como se puede ver, amplía la dimensión mentalista de los procesos antes enunciados. La propuesta Howardiana tiene plena cabida en la sociedad, conformada por individuos que piensan, aprenden y actúan de manera diferente. Bien dijo Savater “al nacer, llega alguien que nunca ha sido, y al morir, se va alguien que nunca volverá a ser”. Por supuesto, dicho paradigma lejos de ser solo una aproximación teórica, ofrece aportes sustanciales a las organizaciones. Por ejemplo, en la educación se ha de entender que los individuos aprenden de formas diferentes.
Así, mientras unos se benefician del razonamiento, del análisis, otros dotados de inteligencia musical, corporal o interpersonal se inclinan por estrategias de corte socioafectivo, que impulsan la interacción, que se puede materializar en dramatizaciones, juego de roles…. En las organizaciones en general, el paradigma en cuestión ha de servir para ubicar a los trabajadores en puestos de trabajo, que se ajusten a sus tipos de inteligencia para potenciar los mejores resultados posibles. En todo caso, la teoría en cuestión, explica por qué individuos con cociente intelectual normal, pueden ser excelentes deportistas, músicos o prósperos empresarios.