Como padre de familia y periodista me siento en la obligación de preguntarle al alcalde de Tuluá y a los de esta región que hacen parte del área de influencia de EL TABLOIDE, si tienen operando o no los Comités Municipales de Sustancias Sicoactivas tal como lo ordena la norma y si lo están, me gustaría saber qué estrategias o acciones están en marcha más allá de los controles policivos para frenar el crecimiento inusitado de consumo de todo tipo de alucinógenos y fármacos por parte de los tulueños y de manera especial los más jóvenes. Me deprime ver casi todos los días a decenas de personas apostadas a lo largo de la vieja terminal de la Villa de Céspedes, a la altura del túnel que da acceso a la edificación por la parte occidental, consumiendo y lo que es peor a los jíbaros distribuyendo las sustancias con la anuencia de las autoridades que no ven o se hacen los de la vista gorda frente a un fenómeno que crece a pasos agigantados. Ese comité, que otrora funcionaba a instancias de las Secretarías de Salud y de Gobierno, da la impresión que dejó de funcionar pues hace rato que no veo ni escucho una campaña que invite a los jóvenes a no caer en el consumo de sustancias prohibidas, práctica que además no está permitida en la vía o espacios públicos. El panorama que se observa en ciudades como Tuluá, Buga, San Pedro, Riofrío, Andalucía por solo mencionar algunos, es desolador y aterra ver cómo los más pequeños llegan a estos “parches del mal” y rápidamente inicia su descomposición física y mental, a tal punto que en pocos días después deambulan por las calles sin saber de qué mundo son.
Si bien es cierto el Comité al que hago mención por sí solo no es la solución, sí permitiría que de manera interinstitucional se trazara una hoja de ruta y un trabajo concertado que permita hacer intervenciones sobre el terreno y apoyos psicológicos para estos niños y jóvenes que atraviesan el triste calvario de las drogas que son el punto de partida para el aumento de la delincuencia en todos los niveles.