En su libro Entrevista con la historia, Oriana Fallaci habla de los pocos que controlan el mundo y cambian su curso, le inquieta profundamente comprender qué hace especiales a estos seres humanos, quienes se sienten investidos del derecho de mandar y castigar si no son obedecidos.
¿Cómo son esos pocos? ¿Más inteligentes, iluminados o emprendedores? “¿O bien individuos como nosotros, ni mejores ni peores que nosotros, criaturas cualesquiera que no merecen nuestra cólera, nuestra admiración o nuestra envidia?
Vi la película Oppenheimer (Nolan, 2023), me sentí estremecida frente a la contemplación de la condición humana detrás del ejercicio del poder: encontré estupidez y a seres vacíos, quienes no pueden más que proyectar su interior vacío en la soberbia de sus decisiones.
En la película hay dos momentos históricos mediados por la ficción:
1. El creador de la bomba nuclear Robert Oppenheimer habla de su culpa con el presidente Harry S. Truman, y este último, encarnado de forma magistral por el actor Gary Oldman, le dice con desprecio que él es quien va a pasar a la historia por haber lanzado las bombas atómicas.
2. La reunión del comité de asesores donde se decidió cuáles serían las ciudades japonesas blanco de los lanzamientos, el criterio de selección estuvo basado en cuestiones como en qué ciudad pasó la luna de miel uno de los asesores; así, con ese nivel de estupidez y cinismo decidieron el destino de los habitantes de Hiroshima y Nagasaki, un final rápido y económico (las invasiones son costosas).
El 6 de agosto de 1945 fue lanzada la primera bomba nuclear con nombre en código “Little Boy”, ese nombre responde las preguntas de Oriana: no son mejores, ni más inteligentes ni más iluminados, son hombres pequeñitos, capaces de justificar el genocidio de alrededor de 200.000 personas así: “creo que el sacrificio de Hiroshima y Nagasaki era urgente y necesario para el bienestar prospectivo de Japón y de los aliados” (Harry S. Truman).