En 1973 la escritora Silvina Ocam-po dijo en una carta dirigida a Manuel Mujica, que la tenía sin cuidado ver su obra vendida en quioscos, o ser apreciada por un perro; fue una mujer que lo tuvo todo materialmente, contó con un talento inmenso, y vivió de una forma poco pretenciosa.
En dicha carta devela su piso filosófico cuando preguntó y respondió a la vez: “¿Qué es el éxito? Saber que uno ha conmovido a alguien”.
Me interesan estos seres extraños, quienes encuentran la forma de ir contra corriente con todo lo que son, las desobedientes; esto lo dijo mejor la antropóloga Rita Segato cuando se refiere a las desobediencias capilares: “deslizamientos hacia fuera del orden con los cuales podemos erosionar las jerarquías desestabilizadas, esa realidad que, tal como es, nos estructura la sentimentalidad y la cognición”.
Con esto en mente volví al documental La teoría sueca del amor, donde muestran el ciclo que cumplen el dinero y las pertenencias de las personas que mueren solas en Suecia, sin ningún familiar cerca (producto de la cultura vincular creada por el manifiesto “La familia del futuro”, en el cual se plantea la dispersión de la familia para cimentar la productividad del individuo): “todos los objetos de valor se entregan al Estado, y el resto se recoge y se lleva a un basurero”; una mujer dice, mientras mira un supermercado: “Me pregunto a veces por qué somos tan infelices … en este desbordamiento de todo”.
Esa reflexión me conectó con una película de seres arrasados por el sistema: desempleados, tratados como nadies, en un contexto de guerra; sin embargo, se atreven a vivir su historia de amor, en esa decisión triunfan sobre el sistema y su carencia de empatía; la película se llama Fallen leaves.
Quizá estos seres extraños crearon y reflexionaron para invitarnos a retornar al éxito olvidado: el que pertenece a los vínculos humanos.