Finalizando el siglo anterior, en el año 1995, un miércoles 1 de marzo, los cuatreros, como eran llamados en épocas pretéritas los bandoleros que se apertrechaban en la oscuridad o la espesura del bosque para esperar y emboscar a sus víctimas con el fin de quitarles la vida, en esta oportunidad hicieron lo mismo y madrugaron para asesinar de múltiples impactos de bala a quien en esa época oficiaba como alcalde del municipio de Sevilla, Fernando Botero Jaramillo, de 59 años de edad, quien era oriundo de Tuluá, pero su vida pública la hizo en la Capital Cafetera de Colombia.

Junto al burgomaestre sevillano murieron su hijo, Luis Fernando Botero Gil; el mayordomo de su finca, Arturo Arango Vélez; su escolta, Víctor Raúl López; al igual que un amigo de la familia, Daniver Duque Tovar.
Ellos salieron de la finca ‘La Mona’ en un campero Toyota, de placas ARM-907, y cuando transitaban por una curva, en inmediaciones de la vereda Manzanillo, detuvieron la marcha, según señalaron los investigadores, ya que el vehículo se encontraba parqueado a un lado de la vía y apagado. Allí fueron acribillados vilmente por sujetos que, al parecer, era presuntos integrantes de la guerrilla de las Farc.
Botero Jaramillo llevaba escasos dos meses como alcalde de los sevillanos, era miembro del Partido Liberal. Su hijo, de 37 años de edad, residía en Bogotá y era un reconocido ganadero en regiones como Puerto Boyacá y los Llanos Orientales.
Dos días después, en el municipio de Cajamarca, en el departamento del Tolima, fueron capturados dos hombres, quienes tendrían participación, presuntamente, en ese quíntuple homicidio, masacre que causó consternación no solo en Sevilla sino en todo el Valle del Cauca.
El secretario de Gobierno de entonces, Miguel Motoa Kuri, le dijo a El Tabloide que «tuvo conocimiento que el alcalde Botero Jaramillo había sido contactado por subversivos para un posible diálogo y lo amenazaron por si no accedía».