Es triste. Es reprochable, que en nuestro país asesinen nuevamente a un senador y precandidato a la Presidencia de la República. Es condenable desde todo punto de vista y ojalá, por el bien de lo que denominados ‘democracia’, se aclare ese tenebroso panorama y se sepa quiénes dieron la orden de acabar con la vida de Miguel Uribe Turbay, que sean capturados.
Pero, esperamos que ese crimen no sea utilizado como una herramienta (algunos ya lo están haciendo) para ganar adeptos en las encuestas y obtener el poder presidencial.
Esperamos que crímenes como el de Miguel Uribe, “nos sirvan para que como sociedad depongamos los odios”, palabras que ya fueron pronunciadas, compromisos que se hicieron de ‘uno y otro lado’, pero que, en lugar de cumplir, por el contrario, siguen creciendo los improperios, la descalificación imantada del adversario.
Pero lo fundamental, lo más importante, es que también esperamos que ese crimen nos permita ser conscientes de la difícil situación de orden público por la que atraviesan muchos territorios de nuestra Colombia: el sur del Valle del Cauca, el centro del Departamento, seis muertos y dos heridos en solo dos días en Buga, la cantidad de homicidios que ha sacudido a Pradera, que deja decenas de personas asesinadas, al igual que Palmira, entre otras regiones del Valle del Cauca.
Asimismo, los habitantes de gran parte del departamento del Cauca, de sectores de Nariño, del Catatumbo, entre otras regiones, día tras día sometidos a la dictadura que les imponen los violentos, sobreviviendo en medio de la incertidumbre y la zozobra.
Más allá de que si el crimen de Uribe Turbay podría catalogarse o no como un magnicidio, lo que nos interesa es que se empiecen a visibilizar las acciones criminales en todo el país, para rechazarlas, prevenirlas, porque el sufrimiento de las víctimas es creciente, como por ejemplo en nuestra Tuluá y su zona montañosa, donde los muertos se cuentan por docenas.