Cuando apareció la imprenta, los libros y la prensa escrita se masificaron, convirtiendo a los individuos en potenciales lectores. Cuando surgió la internet, cualquier ciudadano se convirtió en autor en potencia, a veces, en desinformador en potencia.
La Internet ha afectado el papel de los medios de comunicación tradicionales, al punto que ha generado cierres de periódicos emblemáticos y una disminución significativa de la impresión de obras literarias de reconocido valor.
Afirma Jürgen Habermas -tal vez, el pensador vivo más influyente del mundo, que la prensa puede ayudar a enfrentar problemas como la desinformación y la fragmentación de la esfera pública digital.
Antes de que entrasen en juego estas tendencias centrífugas y atomizadoras de los nuevos medios, la desintegración de la esfera ciudadana ya había empezado con la mercantilización de la atención pública; por ejemplo, el objetivo de la televisión en Estados Unidos ya no es principalmente la atención de los consumidores. Por su parte, el propósito de las redes sociales parece girar en torno al aprovechamiento monetario de los usuarios o peor aún, a la posibilidad de manipularlos.
Alguna vez dijo Joseph Pulitzer que la prensa libre y el debate abierto eran esenciales para una sociedad democrática. Creo que es una premisa que ha permitido al periódico El Tabloide bajo el liderazgo acertado y la tenacidad de Doña Nilsa de Espejo mantenerse con decoro durante cincuenta años.
Incursioné en el periódico gracias a los buenos oficios del escritor Omar Ortiz Forero, que en aquel entonces dirigía el periódico El Central. Estas líneas constituyen un sentido homenaje a El Tabloide en sus cincuenta años de fundación.