Bien saben quienes me leen continuamente que el presidente Petro no es santo de mi devoción y sin haber votado por él, me sumo al grupo de compatriotas que admiraban su valentía y arrojo en los debates en su calidad de senador y que hoy perciben a un jefe de estado poseído por la verborrea con la que alimenta sus discursos llenos de palabrerías y símbolos que contrario a su propuesta de “paz total” pareciera querer incendiar el país por las cuatro esquinas.
Pero aún así creo que las sendas cartas escritas y publicadas por el excanciller Álvaro Leyva Durán son una muestra de deslealtad, no con el que nos gobierna, sino contra el país, pues cada palabra escrita es una daga que hiere en lo más profundo a la institucionalidad.
Cada uno de los párrafos de los dos documentos han sido el alimento de una oposición rapaz que, ante la carencia de una propuesta seria, hace eco de las locuras de Leyva llenas de aseveraciones de las cuales hasta ahora no ha entregado ni una sola prueba.
Ambos documentos epistolares parecieran esconder entre sus líneas la sed de revancha del curtido político movido quizá por su exclusión del ponque burocrático o incumplimiento de alguna promesa hecha, lo que lo llevó a exponer “la vida privada” de Petro sin importarle la suerte de la estabilidad e imagen de la nación, la que tantas veces ha jurado defender.
Leyva se comporta hoy como aquellas parejas que cuando el amor se acaba, afloran los conflictos y las cobijas se parten, salen a despotricar de quien fue su compañero (a) de viaje sin importar llevarse por delante a sus hijos y demás familiares que son los que sufren al ver la intimidad expuesta en el escarnio público.
En este caso valdría la pena decirle al excanciller Leyva que acuda a una frase que se dice en el fútbol, lo que pasa en la cancha se queda en la cancha y si decide a poner a rodar el balón de las verdades, que entregue las pruebas contundentes y mientras eso no suceda sus cartas no serán otra cosa que chismes de pasillo llenos de mala intención.