El episodio más ridículo de nuestra historia desfigurada y mal contada fue la Guerra con el Perú en 1932. Ahora,por razones más populistas que patrióticas, Petro quiere endilgarnos en una nueva aprovechando la debilidad palafítica de la presidente del Perú.
Tal vez con ella consiga espantar los fantasmas que se crecieron luego del fallo judicial contra Uribe, pero es tan inútil y dañina como lo fue aquel episodio de 1932 donde la única batalla que se libró fue en las páginas de El Tiempo y que uno de los Lozano bautizó como la gloriosa batalla de Güepi.
Todo había comenzado en 1922 cuando Fabio Lozano Torrijos firmó con Alberto Salomón del Perú un tratado en donde Colombia perdió parte del Putumayo y con las aguas del Amazonas solo nos quedó Leticia. Un día, armados más con licor que con balas, un grupo de comerciantes peruanos de la provincia de Loreto, enervó el patriotismo invadiendo de mentiritas a Leticia.
Olaya Herrera decretó la guerra para recuperar el pedacito de Colombia que limitaba con el Amazonas. La defensa de la patria llevó a las familias a que cedieran hasta los anillos matrimoniales para subastar con qué hacer la guerra y comprar un buque armado en Paris, labor que le encomendaron al General Vázquez Cobo, el candidato presidencial derrotado por Olaya.
Pero finalmente no nos quedó sino el recuerdo inventado porque en un tratado firmado en Rio, años después, nos dejaron el trapecio amazónico, unos kilómetros de la orilla del río Amazonas y se fijó la mitad del río como límite con el Perú.
En tal condición siempre han dicho los habitantes de la isla de Santa Rosa, frente a Leticia, que ellos son parte de la provincia de Loreto. Petro, buscándole camorra a la débil presidente limeña, ha construido su versión populista para llevarnos a otra guerra y hacernos olvidar las que vivimos aquí adentro.