Decía el inolvidable Facundo Cabral en su célebre concierto «lo Cortés no quita lo Cabral» que a Juan Rulfo cuando le preguntaban por qué no había vuelto a escribir solía responder: “Porque la que me contaba las historias se murió”.
Hoy acudo a esa reflexión para contarles que partió de este plano terrenal un amigo, un maestro, un compañero de oficio y quien sin proponérselo se convirtió en mi referente dentro del ejercicio periodístico. El pasado fin de semana la hermana muerte reclamó a Óscar Arley Gómez Ospina que vivió con intensidad sus 74 años y dejó un legado que quizá nunca imaginó o en su humildad extrema se negó a reconocer.
Después de escucharlo durante muchos años en su espacio radial en la Voz de los Robles cuando acompañaba las madrugadas con Amanecer Vallecaucano cargado siempre de historias, recomendaciones, consejos y muchas de sus ocurrencias, la vida me dio la oportunidad de tenerlo cerca y sentado a mi lado en la cabina de Alerta Valle del Cauca, el noticiero de Godofredo Sánchez y que por esas calendas dirigía él también desaparecido Marcos Montalvo.
Como anécdota puedo contarles que mi primera emisión al aire al lado del negro Oscar me produjo pánico escénico o como se dice coloquialmente me quede en blanco como si nunca hubiera hecho una hora de radio. Recuerdo que al terminar la emisión con su serenidad de siempre me sacó a un lado y me dijo que estuviera tranquilo ·yo aquí vine aprender·. Oscar Arley el educador en salud al servicio de la comunidad, como solía despedirse, era un erudito, docente por naturaleza, pragmático, amigo de sus amigos y capaz de quitarse la camisa si alguien la necesitaba.
Me quedan en la memoria las charlas de política, fútbol, economía, música culta, colombiana o guascarrilera, pues con él se podía hablar de todos los temas, era lo que en radio llamamos una cajita de música. Hoy despido al amigo que me contaba historias, del que aprendí tantas cosas que son el insumo de lo que hago con pasión infinita.