La guerra civil española terminó en 1939 con el triunfo de las fuerzas nacionalistas lideradas por el general Francisco Franco, sublevadas contra la República desde 1936.
A partir de dicho año se instauró en España una férrea dictadura que solo termina con la muerte del dictador el 20 de noviembre de 1975. En esos 36 años de franquismo, incontables españoles, enemigos o contradictores del régimen, fueron desaparecidos físicamente y enterrados secretamente en por lo menos 2.052 fosas comunes regadas por todo el territorio español, y de las cuales se han abierto 231, quedando 1821 todavía por destapar.
En una de ellas, situada en Milagros, municipio de la localidad de Burgos, fueron exhumados el 18 de julio de 2008, luego de diez años de trabajo, y recuperados para sus familiares, los restos de 5.200 víctimas del franquismo. Este macabro hallazgo dio pie a la escritora madrileña Marta Sanz para escribir su novela “pequeñas mujeres rojas”, publicada el año pasado por la editorial barcelonesa Anagrama.
Situada entre una narración de denuncia política, los crímenes de guerra franquistas, y un thriller policiaco, la novela cuenta la historia de Paula Quiñones, una joven funcionaria que se alista como voluntaria para catalogar fosas de la Guerra Civil. Así llega a Azafrán, un pueblo muy similar a la Comala de Rulfo, donde los muertos tienen voz y rondan a un funesto patriarca que cumple cien años de secretos y misterios siniestros.
“Pequeñas mujeres rojas”, es sin duda un homenaje a la mujer española, víctima de una violencia que no cesa, desde una sociedad que ha sido incapaz de mirar franca y abiertamente el pasado y el presente que la atenaza a sus miserias y fantasmas.
Qué no podríamos decir entonces de las mujeres colombianas que viven cotidianamente el horror de innumerables crímenes y vejaciones. A ellas, mis consideraciones de solidaridad y profundo respeto.