Este 5 de junio cumplió 10 añitos nuestra hija María José y es el principal motivo para dar gracias a Dios por el milagro de la vida, concederme una familia y llegar a a los casi 80 años con la vitalidad y lucidez suficiente para apreciar las múltiples bendiciones de cada día que no me canso de agradecer, después que un día maravilloso puso en mis manos y la de mi esposa, una niña, que me iba a motivar el resto de los años.
Me asombro cada hora que pasa, con la inmensa alegría sentida por el abrazo, el beso, la caricia, de una hija, desde la cuna y lentamente ver el crecimiento, los cambios, esa sensación inenarrable de dormir a su lado y ese instante cuando me dice: “papá me acompañas unos minuticos no más, mientras me duermo”.
Yo creo que si de adultos, el hombre y la mujer, recordaran esos momentos de delirante alegría íntima que nace del corazón, la violencia desaparecería como por encanto y solo los agradecimientos darían nuevo sentido a la sociedad.
La violencia intrafamiliar, los feminicidios y demás actos destructivos, tienen su origen en lo deforme de la familia moderna, la soledad en medio de la multitud, en ese amor desvirtuado hacia los animales más que a los hijos, esencialmente en el olvido de Dios Amor.
Pero no en el falso amor posesivo, exigente y egoísta, sino en ese dar sin recibir, servir sin esperar nada, el amor que viene de Dios, no del esfuerzo humano. Hoy también quiero dar gracias a la familia Espejo López, que me “aguantó” tantos años en El TABLOIDE, a todos los llevo en mi corazón.