Es impresionante como le damos tantas vueltas al mundo, perdemos la estabilidad y nos derrumbamos a causa de nosotros mismos; y aunque suene fuerte, la autodestru-cción es algo muy común, todos en algún punto de nuestras vidas nos hemos visto envueltos en un mar de pensamientos intru-sivos.
Es natural sentirse subestimado, porque a veces vemos en nuestro reflejo a alguien pequeño y débil comparado con lo que realmente somos, sentimos que tenemos un valor menor al de otras personas que han logrado más cosas o han conseguido un objetivo en menor tiempo; pero hay algo que tenemos que entender por las buenas o por las malas… no somos esas personas.
No somos un montón de escombros, pero tampoco una estructura completamente sólida, somos una obra que puede ser moldeada y trabajada con esmero, propensa a la destrucción, pero también al éxito y el crecimiento.
Cada persona tiene un ritmo de aprendizaje y avance, nos desenvolvemos con mayor facilidad en algunas cosas que en otras, eso se lo atribuimos a las inteligencias múltiples; nos movemos a través de lo que sabemos hacer, nuestras capacidades y bien cultivados talentos, por ese motivo compararnos con otras personas puede ocasionarnos dolor y aunque a veces lo veamos necesario, porque es un ejemplo que queremos seguir, no debemos dejarnos llevar por la frustración, el rencor, el estrés o la decepción.
Manejar lo que sentimos respecto de nosotros mismos es tan importante como controlar nuestras emociones y reacciones frente a los demás, especialmente si se trata de sentimientos que nos hacen daño y al mismo tiempo nos consumen. A pesar de buscar la solidaridad y empatía, hay que recordar que también somos una prioridad que requiere cuidado, atención, construcción y amor propio.
Antes de buscar superar a alguien más, superemos a nosotros mismos e idealicemos con calma, admitiendo errores, reparando el daño y siguiendo adelante.