Cada vez que se programa un partido de fútbol, especialmente cuando se enfrentan dos equipos que despiertan furor, como el América y el Cali, hay locura. En varias oportunidades he asistido al estadio cuando juega Cortulua y no es que me haga matar por ellos, pero me lleva mi tulueñismo a hacerles barra. Cuando ganan aplaudo y me emociono, pero cuando pierden no siento rabia porque siempre he pensado que el deporte, aunque es un juego, también es un negocio de pocos.
Para mí el futbol, como lo describe el diccionario, es un deporte practicado al aire libre en el que dos equipos con once jugadores cada uno, deben tomar posesión de un balón pateándolo. El objetivo en que el balón entre en la portería y hagan gol.
El equipo que mayor cantidad de goles realice, será el equipo ganador.
Así de literal y simple es mi percepción por este deporte que tanta pasión genera, especialmente entre los hombres.
Y es que el fútbol es una máquina de sentimientos, donde aflora la euforia, la alegría, la tristeza, la rabia, desesperación, nerviosismo, además ayuda a desconectarse y evadir los problemas y la realidad en que estamos viviendo actualmente e invita a las personas a soñar con algo diferente.
Estas son algunas de las sensaciones que los fanáticos experimentan cuando ven un partido de fútbol.
A mi me divierte mucho ver la emoción que genera en ellos, cuando gritan los goles y hasta cuando mientan la madre a los árbitros y a los jugadores porque se equivocan.
Con lo que no estoy de acuerdo es con los desmanes protagonizados por los perdedores, como sucedió en el pasado partido del Deportivo Cali con Cortuluá, cuando los caleños invadieron la cancha del Doce de Octubre con el fin de agredir a sus propios jugadores, a esos que tanto alaban y veneran cuando hacen goles.
No soy apasionada por el tema, pero lo que sí se es que el fútbol debe generar un único sentimiento y es el de unirnos en desbordada alegría.