La pandemia ha dejado un reguero de víctimas en todos los rincones del mundo y uno de sus principales damnificados ha sido la Iglesia católica y el resto de movimientos cristianos, cuando desaparecen en un momento dado de la historia, las procesiones multitudinarias, las asambleas inmensas, los actos litúrgicos principales, en donde los feligreses brillan por su ausencia por precaución, obedeciendo a las sugerencias y recomendaciones de los gobiernos, que hacen grandes esfuerzos por contenerla, evitando así nuevos picos que elevarían el número de afectados.
Nadie podrá olvidar aquella imagen del Papa Francisco, atravesando la plaza de la Basílica de San Pedro en Roma, hace aproximadamente un año, solitario, en medio de una lluvia y frío intensos, en el corazón de la Iglesia, para inclinarse a orar ante la imagen de un Cristo de tradición milenaria, cuando apenas se iniciaba el curso de una enfermedad contagiosa, que hasta hoy tiene en la cuerda floja a la mayoría de los países.
También se recordará el uso del frío internet para ver desde lejos, todos los actos litúrgicos de las iglesias, que dejaron un vacío profundo en el corazón de los creyentes, con la esperanza de que este año las cosas mejorarían en cierta forma, según los anuncios de los gobernantes de turno, pero no será así. También, doce meses después, las celebraciones serán virtuales, las Eucaristías, las asambleas cristianas y cualquier otro acontecimiento propio de los días santos y con muy poca asistencia presencial, debido al cumplimiento de los protocoles de bioseguridad establecido por el sector salud.
A veces, los fieles, no se explican la apertura a los establecimientos públicos, la industria y el comercio, bares y restaurantes, para motivar la reactivación económica y al mismo tiempo cierran las posibilidades a los actos solemnes de un tiempo que ha sido esencial para celebrar los principales acontecimientos religiosos tradicionales que han sostenido el espíritu de las gentes y también en los tiempos modernos, que promueven el turismo religioso, y de contera, reactiva los hoteles, restaurantes y demás sitios paisajísticos en cualquier parte del mundo.
Es así como, para poner un solo ejemplo cercano, alrededor de la Basílica del Señor de los Milagros de Buga, se mueven cientos de hoteles, restaurantes, panaderías, pastelerías, como también las artesanías y es una oportunidad, para los pequeños negocios y comerciantes informales que deambulan de ciudad en ciudad, vendiendo sus productos.
Hemos observado que la Iglesia Católica para nosotros, cumple con rigurosidad, los protocolos y está atenta a salvar vidas, atendiendo las recomendaciones oficiales con relación a la pandemia, sin embargo, se limitan al máximo sus actos religiosos que hacen muchísima falta a los fieles, que esperan cada año un espacio especial y fundamental para encontrar la paz.
Esperamos mayor laxitud hacia los acontecimientos religiosos de todas las iglesias, que cumpliendo los protocolos de bioseguridad, también promueven el turismo de alguna u otra manera, especialmente el religioso al igual que el transporte, que ha padecido los rigores de la pandemia y ahora del invierno que azota el país. Y para los católicos, especialmente, no es lo mismo la virtualidad que la presencialidad de los actos de Semana Santa, según es aceptado popularmente, es como “quedar en ayunas”.