El sábado santo partió de este mundo el maestro José Luis Murcia… esta noticia llegó en silencio, en medio de la incertidumbre, como usualmente llegan las cosas que duelen profundamente. Una semana después puede sentirse el eco de su ausencia en los pasillos de la educación, en las aulas donde su voz aún resuena en la memoria de quienes tuvimos el enorme privilegio de escucharlo y aprender con él, de construir un pensamiento verdaderamente humano a su lado.
Hablar del maestro es invocar la mismísima vocación, la entrega y el amor profundo por la educación y las causas humanas.
Fue más que un docente, fue un faro en medio de la incertidumbre académica y vital, con su forma única de enseñar. En la Facultad de Ciencias Jurídicas y Humanísticas en la UCEVA, su legado es inmenso, pues infundió en cada espacio que habitó, fue de esos docentes que no se conformaba con formar profesionales, pues su objetivo era formar personas conscientes, responsables y críticas.
El maestro entendió lo profundo del alma humana, con la sensibilidad de quien escucha con atención, de quien observa con cariño y orienta con sabiduría. En su mirada comprensión, en sus palabras calma, y en su fe, una fuerza que contagiaba. Dejó su huella en varias de las instituciones educativas del municipio y otros espacios, donde cada estudiante y colega, cada aula se convirtió en testigo de su pasión por la enseñanza; tenía el don de hacer sentir visto, escuchado e importante a cada alumno.
Y eso es imborrable. Sus clases no solo dejaban aprendizajes, dejaban reflexiones que trascendían el aula y acompañaban en la vida. Sus silencios también enseñaban, porque incluso en el respeto por la pausa y la escucha, el maestro comunicaba.
Hoy desde este espacio, quiero rendirle homenaje en nombre de todos los estudiantes que lo conocimos. Porque el maestro nos dejó una forma de ver el mundo, una ética para habitarlo y un ejemplo que, seguramente, sabremos honrar. Hasta siempre, maestro.