Atravesamos por una de las peores crisis de credibilidad nunca antes vista cuando crece geométricamente la desconfianza en la mayoría de las instituciones que conocemos y esto es a nivel mundial y perjudica notoriamente la convivencia pacífica de los pueblos.
Veamos algunos ejemplos recientes, como es el caso de la Organización de las Naciones Unidas, que no ha podido hacer algo positivo por frenar la guerra entre Rusia y Ucrania y sus consecuencias comienzan a sentirse paulatinamente en los países más alejados, tal como el nuestro.
La Corte Internacional de Justicia de La Haya acaba de fallar un caso entre Colombia y Nicaragua en donde se discute el predominio sobre las aguas territoriales limítrofes y es el propio Presidente de la República quien afirma que no acatará la decisión y se rehúsa con toda contundencia que no negociará con el gobierno del país centroamericano.
Se ha comprobado con reiterada insistencia la poca o casi nula función que cumplen la Procuraduría General de la Nación y la Controlaría, que solo se limitan a denunciar y denunciar, pero a la hora de la verdad, los inculpados siempre salen avantes en su defensa. Ha llegado a tal punto su inoperancia, que algunos de los aspirantes a la presidencia, proponen sus respectivas liquidaciones y ojalá no se quede en solo promesas para cautivar votantes.
Ya se discuten los fallos de la Corte Suprema de Justicia, con una simpleza que espanta, cuando en tiempos pasados, se consideraba la más luminosa de las instituciones y se respetaba, pero desafortunadamente, hasta esos altísimos estrados llegó la corrupción y este pecado ha quedado insertado en el corazón del pueblo.
Igualmente se perdió la confianza en las promesas de la campaña electoral, y ahora, con el fin de recoger votos a diestra y siniestra, lanzan ideas inconcebibles, como esa de poner una matica de marihuana en la bandera nacional; es el colmo hasta donde hemos llegado.
Y la gente se pregunta, ¿desde cuándo se inició este descenso hacia el abismo de la incredulidad? Los sociólogos tienen la palabra, porque no es para consuelo, sino para llamar a la reflexión profunda, el problema se presenta a escala mundial y una ola de incertidumbre ondea en la sociedad actual, hasta tal punto que la gente se agarra al sentimiento popular del “sálvese como pueda” lo cual conduce inminentemente a la anarquía como el arma razonable de la convivencia.
Y la peor de la desconfianza está en la justicia, no se cree, no se aceptan los fallos judiciales, los presos huyen, los responsables escapan, los capturados acuden a las máximas argucias para esconder sus crímenes y resulta que todo sigue igual.
En medio de esta situación crítica de desconfianza e incredulidad institucional, es lo más urgente reflexionar sobre el sentido de la ley y su inaceptabilidad, el sentido de la democracia y el porqué de su decadencia, el sentido de la moral y la costumbre de discutirlo todo sin proponer soluciones.
“El palo no está para cucharas” decían los antepasados y es necesario retomar el camino perdido, recuperar la fe en la palabra de los otros y especialmente restablecer el valor de la vida que se inicia por el respeto a la diferencia.