En el siglo XV un médico viajero realizó un primer mapa del infierno, que es básicamente un relato cartográfico del Apocalípsis y donde se describe el nacimiento del islam amenazante. Más tarde, Dante, nos muestra cómo está constituido al reino de Lucifer, y quienes hacen parte del mismo en sus diversas galerías de condenados.
Ahora, un escritor bugueño, Harold Kremer, (1955), publica en Planeta una novela que básicamente es una cartografía de Buga, donde el personaje principal es un niño que descubre temprano los secretos de sus padres.
Secretos, que están relacionados con la violencia partidista que asoló al país de los años 40 a 60 del siglo pasado. Donde su padre, un dirigente conservador, es en Buga lo que León María Lozano fue en Tuluá, es decir, un líder de las fuerzas de choque conservadoras, a las que se les llamó “pájaros”, y que tenían como cometido el asesinato de campesinos liberales, a los que despojaban de sus tierras, para después trasladarlas a sus propiedades con la complicidad de notarios y jueces adictos al régimen Chulavita.
Pero Pedrito Ospina quiere diseñar mapas y en este empeño logra que la bibliotecaria de Buga, lo cobije bajo su guía, prestándole libros prohibidos primero, y enseñándole los secretos y las delicias de los juegos sexuales, después.
Ruth, que así se llama la bibliotecaria, lo acompaña en el despertar de su sexualidad y en el de su vocación de escritor, que finalmente lo llevarán a elaborar esta saga de la infamia, una vez descubra la verdadera naturaleza de su padre y las desdichas de quienes lo rodean, en especial las de su madre que termina de amante del asesino de su esposo y del abusador y violador de su hija, hechos por los que termina cosiéndolo a tiros un día cualquiera.
Si Tuluá, tiene su novela con “Cóndores no entierran todos los días” de Álvarez Gardeazábal, ahora Buga tiene la suya de la pluma de este singular cartógrafo.