La sonrisa de un campesino es evidente no es ficticia ni falsa en el momento en que nos atienden para vendernos sus productos. Lo hacen con amabilidad, sin indiferencia, preocupados por complacernos. De brindar un buen servicio, acompañado de un excelente producto. De esa misma forma debemos retribuirles. Tal vez, algunos piensan que les estamos haciendo un favor cuando les compramos.
No es así. Pienso que en ningún momento debemos mirarlo desde esa óptica. Será por ello, que no pocas personas, cuando les compran a nuestros campesinos quieren que les rebajen el precio hasta más no poder, cosa que no piden o solicitan cuando compran en las grandes superficies o incluso en la ‘rapitienda’ de la esquina o del barrio.
Alegría y orgullo debería darnos que sean los propios campesinos que cultivaron la tierra, quienes nos atiendan y nos ofrezcan sus productos, porque sencillamente detrás de cada racimo de plátano o de un gajo de bananos; de una libra de café, mora, fríjol o arveja, hay una historia que empieza no solamente con la siembra, sino con todo el proceso que va desde preparar la tierra, hasta la disposición para la labor que se va a emprender.
Luego, hay una serie de factores que hacen de ese un producto único: el conocimiento, la experticia, pero lo más importante, la pasión con la que realizan su trabajo, porque si no, cómo explicamos que a pesar de tanta adversidad, de no pocos aspectos jugando en su contra, como la seguridad, los precios del mercado, el deterioro de las vías, el clima, entre otras circunstancias, sigan trabajando con esmero y dedicación para cosechar y ofrecer semanalmente su producido en las distintas plazas.
Por ello, vamos a los distintos mercados campesinos, apoyemos a nuestros productores, dejemos la manía de estar pidiéndoles rebaja, porque no nos imaginamos las afugias que deben sortear para cumplir con su diaria labor y, aun así, llueva, truene o relampagueé, ahí están. Ellos también son héroes de la patria.









