El vienres 22 de Octubre del año 2021se cumplió en la capilla del Orfanato de la Sagrada Familia de Tuluá una ceremonia religiosa que pasó desapercibida para el común de los tulueños, pero que para la familia Zapata Vásquez significó cerrar un círculo de dolor que se prolongó por espacio de 36 años.
Ese acto litúrgico marcó el final de la historia de Édison Zapata Vásquez, un tulueño que en el año 1985 le anunció a su familia que viajaría a Bogotá en busca de trabajo, pero para sorpresa de sus padres y hermanos, su nombre apareció en el listado de víctimas mortales del holocausto del Palacio de Justicia, protagonizado por los guerrilleros del M-19 y que dejó cerca de un centenar de muertos y un número determinado de desaparecidos que aún son buscados y cuyos procesos siguen represados en los voluminosos archivos de la Fiscalía.
Inició la búsqueda
Tras conocer la noticia en medio del dolor y la sorpresa, Francisco José Zapata, un excombatiente de la Guerra de Corea y quien para esa época fungía como comerciante, emprendió viaje para la capital del país con la finalidad de reclamar el cuerpo de su hijo, pero lo que no sabía era que esa aventura sería triste y dolorosa.
DATO: La abogada Alexandra Londoño Zapata lideró la cruzada para la identificación de su tío.
Y es que el escenario que vivía el país por esas calendas, resultaba difícil y más para quien llegaba ante las instancias judiciales a reclamar el cadáver de alguien que apareció en los listados oficiales como integrante del M-19.
Según lo que ha contado este hombre, que desde hace varios años se radicó junto a su esposa Nohemí Vásquez en los Estados Unidos, lo que vivió le resulta inenarrable pues debió someterse a todo tipo de vejámenes, insultos y señalamientos y al final debió regresarse con el alma rota y las manos vacías porque a pesar de haberlo reconocido, por una decisión administrativa el cuerpo de Édison, junto a muchos más, fue sepultado en una fosa común en el cementerio del sur en la gélida tierra bogotana.
Una herida abierta
El 6 de noviembre, cuando el país se estremecía con las imágenes de la toma y posterior quema del Palacio de Justicia, Alexandra Londoño Zapata tenía un año de edad y por tanto se enteró de la historia después y fue creciendo sabiendo que tenía un tío que había fallecido y no conoció, pero del que nunca se olvidaron.
Alexandra, quien hoy día es abogada egresada de la UCEVA, entra a hacer parte de esta historia, pues fue ella la que removió los archivos y logró que el expediente del llamado esqueleto 79 se abriera.
“Mi abuelo tiene 92 años, fue combatiente en la Guerra de Corea y con él suelo hablar e incluso le grabo para que sus historias no se pierdan y en esas charlas resultaba inevitable que habláramos de mi tío y el dolor que, a él, a mi abuela y demás familiares le producía el no poderle dar cristiana sepultura”, precisó la jurista en diálogo con EL TABLOIDE.
Pensando en la importancia de lograr cerrar ese círculo de dolor que por más de tres décadas cargaban don Francisco y Nohemí, decidió escribirle a la Fiscalía y en medio del ir y venir de correos electrónicos, funcionarios del ente investigador contactaron a una de sus tías y luego a ella para decirle que el proceso estaba abierto.
En 2020, la Fiscalía la contactó de nuevo para indicarle que sus abuelos debían someterse a la prueba de ADN.
“La verdad en ese momento me pareció increíble y mucho más sabiendo que mis abuelos viven en los Estados Unidos y por temas de salud les era imposible viajar a Colombia, pero en tiempo récord les tomaron las muestras allá y eso agilizó el proceso”, comenta la abogada tulueña radicada en Cali.
Los resultados ratificaron la sospecha inicial y con una coincidencia del 99% se determinó que el esqueleto 79 que reposaba en una bóveda bogotana era el de Édison Zapata Vásquez.
Llegó el final
“Con la certificación genética se inició el proceso de entrega de los restos óseos y como para que las cosas pasen debe mediar la voluntad de Dios y que todo se alinee, mi abuelo recibió la autorización de viajar a Colombia justamente cuando la Fiscalía programó la entrega en Tuluá, dos días antes de la fecha que mis abuelosvolverían a viajar”, comenta Alexandra Londoño Zapata, la sobrina de Édison.
De ese momento recuerda que fue una ceremonia bonita, la fortaleza de don Francisco que se mantuvo firme como tantas veces lo hizo en la lejana Corea y a su abuela Nohemí que, en medio de lágrimas, le agradeció a Dios por permitirle llevar los restos de su hijo a su última morada rompiendo así la cadena de dolor que en silencio y en profunda oración llevó en su alma por largos 36 años, pues como dice una hermosa canción mariana, una madre no se cansa de esperar.