Esta semana se aprobó en el Congreso de la República la ley que busca superar tratos discriminatorios contra la mujer, entre otras cosas, dando la opción de registrar a una hija o hijo con el apellido de preferencia, ya sea de la madre o del padre, permitiendo que lo elijan de manera concertada o por sorteo en caso de conflicto. Ley que muchos califican de absurda, comentario claramente normalizado por el machismo o por la falta de empatía que sume al país en la indiferencia.
Muchos expresan que es una ley irrelevante que no soluciona los problemas de fondo del país, pero lo que no se dan cuenta es que las leyes que son relevantes en el Congreso no las aprueban. Sin embargo, esta ley da un reconocimiento especial a miles de mujeres solteras y cabezas de hogar, ayuda a disminuir un poco las diferencias y desequilibrio de derechos entre mujeres y hombres, le abre paso a una política igualitaria que algún día se refleje en leyes de mayor impacto social.
Con esto no acabamos los problemas de alimentación, educación, seguridad social, recreación, oportunidades de empleo, mejores condiciones de vida, ni vivienda digna, pero sí reivindican el lugar de muchas madres que cargan con el apellido de un ser que solo apareció para la procreación, el registro y luego se esfumó de la vista. Tal vez no se tendría que dar esta discusión si dichos hombres no huyeran ante la responsabilidad de ser padres y de todo lo que ello implica, lo triste es que en los juzgados de familia siguen aumentando las demandas ejecutivas de alimentos.
Más allá del apellido tomemos conciencia del papel de un padre en la vida de una hija o hijo, pues la conexión con ellos nos hace adultos seguros, tranquilos, confiables, con autoestima y amor propio, seguramente personas un poco más estables emocionalmente.
A mi padre, a los padres, nuestro primer superhéroe, a aquéllos que no se quitan la capa, que permanecen a pesar de las mareas bajas, las olas, los buenos y malos vientos, feliz día del padre, a ti, por Martina.