Colombia tiene esa patente de menospreciar los logros de sus connancionales, pero alabarles sus desvirtudes. Somos el pais de las emociones tristes, como muestra el profesor Mauricio García Villegas en uno de sus interesantes libros.
Basta con observar como al gobierno Petro se le pondera en la comunidad internacional por su defensa de la agenda ambientalista y de paz (acaba de ingresar por vez primera al Consejo de Derechos Humanos de la ONU) pero acá se le vilipendia merced a la información tergisversada que todos los días y sagradamente ofrecen con veneno los medios corporativos de comunicación, mientras en el reverso gran parte de esa misma sociedad glorifica la imagen del narcotraficante Pablo Escobar.
Volviendo a la serie, que se hizo en Colombia construyéndose un pueblo en su totalidad en el Tolima, y contó con dirección y actores colombianos, se le ha criticado endogamicamente con argumentos como que no es totalmente fidedigna a la novela escrita, o que el narrador en tercera persona no habla como alguien de la costa caribe profunda.
Por supuesto es imposible que la serie refleje todo el mundo mágico y lleno de metáforas que tiene la novela que hizo merecedor a Gabo del premio nobel, o que no narre visualmente alguien cuyo dialecto sería inentendible para los extranjeros.
Que una plataforma de streaming como el gigante Netflix haya escogido para llevar a la pantalla el texto mas universal de Colombia ya debería ser un orgullo, pues no solo es la inversión económica para el país, sino el incentivo para que millones en el mundo lean el texto que representa como ninguno la cultura de nuestra nación.