Mi paso en dos ocasiones por la Oficina de Comunicaciones de la alcaldía de Tuluá, me permite inferir el sentimiento de soledad que empiezan a padecer los mandatarios que están ad portas de entregar el poder, pues en cuestión de días dejarán de ser las primeras autoridades en sus territorios para volver a ser los ciudadanos común y corriente que eran antes del 1º de enero de 2020. Creo que ni el más pesimista se llegó a imaginar escenarios tan complejos en la gobernabilidad como los vividos en los años 2020 y 2021 cuando la pandemia y el famoso estallido social los obligó a cambiar de libreto, rediseñar planes de desarrollo y programar de una manera diferente las acciones a seguir.
Gran parte de los esfuerzos de los dos primeros años de gobierno terminaron enfocados en atender la emergencia social que se suscitó por los hechos descritos. En el caso de Tuluá, la situación vivida por el alcalde John Jairo Gómez Aguirre se hizo más compleja ante el recrudecimiento de fenómenos delictivos como la extorsión y el crecimiento de la tasa de homicidios, pero a pesar de esas dificultades creo que el abogado nacido en el barrio Farfán de Tuluá cumplió con lo que se había presupuestado y llevó obras a sectores que por décadas estuvieron marginados y abandonados a su suerte.
Quienes conocemos al alcalde saliente de Tuluá damos fe de que es un hombre bueno, trabajador y siempre dispuesto a servir a los demás y llegó al palacio de gobierno para cumplir con el sueño que, junto a otros amigos, proyectó hace 20 años después de abandonar las toldas del movimiento de Freddy Manzano. Quizá por ese conocimiento, en lo personal me duele la manera despiadada como algunos con la finalidad de impulsar otros proyectos políticos se dedicaron a generar falsas noticias que, de tanto repetirlas, la ciudadanía terminó por creerlas afectando el buen nombre de un ciudadano con una profunda vocación humana. Solo espero que la historia un día le reconozca lo hecho en lo que él llamó un esfuerzo por equiparar el municipio.
