Es bastante preocupante el índice de deserción escolar en el país y aún es más grave que los directivos de las instituciones educativas se vean obligados a buscar casa por casa a los niños y niñas en edad escolar para que sus padres los conduzcan a los centros educativos y emprender así el periplo de la formación académica necesaria para defenderse en la vida futura.
Este fenómeno se ha venido acrecentando desde hace varios años y en la actualidad se profundiza cuando los mismos educadores hacen un esfuerzo adicional para que los niños y niñas hagan presencia en las instituciones comprobándose una vez más, que algo está fallando en este proceso educativo nacional, cuando los menores de edad se resisten a recibir las primeras clases y se refugian en otros menesteres que no les depara sino frustraciones, como sería el trabajo infantil, que es infundido tal vez, por un afán desmedido por buscar el dinero lo más rápido que se pueda, dadas las circunstancias difíciles de su entorno familiar.
La lucha no ha sido fácil, pues se trata de romper un paradigma nacional que falsamente se ha entronizado, como es que lo más importante es la riqueza, y alcanzarla sea como sea se convirtió en el objetivo principal con el menor esfuerzo posible, mientras que las redes sociales vomitan cada día más y más propaganda en este sentido, lo cual expone a los niños y niñas a tener referentes falsos de felicidad.
Un problema que salta a primera vista, es que la ley, mal interpretada por supuesto, es que los padres de familia no podrían obligar a sus hijos a estudiar, por aquello de “el libre desarrollo de la personalidad” y entran a jugar miles de justificaciones que son aprovechadas tanto para no estudiar como para desertar de los centros educativos, posiciones que dejan sin armas a los padres de familia y hasta a los mismos educadores.
Lo cierto es que a la juventud la están matando sin remedio y la pereza mental se apodera de la mayoría de los estudiantes que buscan la ley del menor esfuerzo para conseguir resultados, así no sean éticamente aceptados por la sociedad.
Pareciera que estuviéramos en un túnel sin salida, tanto educadores como educandos, no encuentran un objetivo claro y luminoso que brinde un cierto grado de seguridad hacia los años por venir, porque la avalancha de información por las redes sociales confunden las mentes de los segundos que no encuentran entera satisfacción a sus deseos de superación.
Educar para vivir en sociedad, tener un sentido de la vida, lograr el éxito sin atropellar a los otros, debería ser el eje fundamental de todo programa nacional, y para que no se pierda la esperanza de un mejor mundo para todos y especialmente profundizar en la solución pronta de la crisis familiar que está en entredicho y es la célula básica de la sociedad.
Es una tarea urgente, revisar la problemática de la familia, su objetivo y responsabilidad, como también su desquebrajamiento paulatino de los últimos tiempos. Los hijos no pueden convertirse en seres aislados, solitarios, al libre albedrío, que pueden hacer lo que bien les venga en gana, pues por este camino vamos hacia el despeñadero.