El mes de mayo que está corriendo de manera veloz, tiene consigo una cantidad importante de celebraciones que no pueden pasarse por alto y que hacen parte de nuestro devenir social y religioso.
Iniciamos el mes reconociendo la labor que a través del trabajo hacen hombres y mujeres que con su faena diaria construyen un nuevo país, una esperanza de vida y de paz.
Luego viene la celebración del día de la madre para enaltecer a ese ser que no solo nos dio la vida, sino que con sus consejos, regaños, y cuidados hacen de cada uno de nosotros hombres y mujeres de bien.
Reconocer su labor no solo se determina con un regalo sino con nuestra ayuda diaria y con el respeto y obediencia que ellas se merecen. Así mismo recordamos con mucho cariño a aquellos hombres y mujeres que con sus consejos y enseñanzas nos ayudan a construir nuestra personalidad, a alcanzar nuestras metas profesionales y formar parte de la fuerza laboral del país.
Me refiero a nuestros MAESTROS que cada día con su trabajo y su labor docente construyen la personalidad y el desarrollo intelectual de nuestros niños jóvenes y adolescentes. Pero la celebración más importante la tenemos durante todo el mes de mayo y es conmemorar la presencia maternal de la santísima virgen María la madre de Dios y la madre nuestra.
Una invitación muy especial a que la honremos con nuestra oración, y sobre todo con el cumplimiento de los mandamientos de la ley de Dios, pues ella nos lo dijo en las bodas de Caná: “haced lo que él nos diga” seguir a Jesús es la mejor manera de demostrar nuestro amor a María Santísima.
Esta celebración mariana es una invitación constante para que, como ella nos lo pidió en su aparición en Fátima, recemos el santo rosario por la paz del mundo y por la estabilidad de nuestras familias. Recordemos esa frase que siempre nos enseñaron nuestros antepasados: familia que reza unida permanece unida.