La crisis de salud en Colombia ahora es un naufragio a los ojos de todo el país, pues el buque del sistema sanitario se convierte poco a poco en una pequeña balsa inflable que apenas aguanta los parches que intentan mantener el agua fuera.
El presidente se aferra al timón o, al menos, a los remos, pero en lugar de sacar el agua culpa a los faros de la tormenta. Las acusaciones que presenta el presidente en contra de las Entidades Promotoras de Salud y las distribuidoras de medicamentos solo señalan un comportamiento infantil. Dice que hay “vampiros” que acaparan la insulina y que empresarios y distribuidores son culpables de un plan “pérfido y asesino”.
Sin embargo, esta interesante conspiración se reduce a quejas que se detonan en las EPS intervenidas por su propio Gobierno, como si el barco que él mismo controla se estuviera hundiendo por culpa de los peces.
Nuestro querido presidente tararea la misma trova naval que se titula: “Golpe de Estado”, y su partitura es un desabastecimiento de medicamentos. Qué forma tan poética de minimizar la gravedad de una situación que colapsa farmacias, consultorios y hospitales. ¡Y vaya que bajo la equis que marca el lugar, la insulina fue desenterrada! Aunque así, la Superintendencia solo da a conocer que el flujo de medicamentos, más lento del requerido, está en marcha con una inmensa cantidad de unidades de esta.
No es un tesoro oculto; es apenas parte del inventario que navega en una logística deficiente. El presidente ha convertido este naufragio en una lucha sobre la plancha, piratas contra la realeza, pero las familias que recorren farmacias vacías no hacen parte de dicha película.
No hay banda sonora, solo desesperación. Esas personas no buscan héroes ni villanos; solo medicamentos que no aparecen. He aquí, nada más y nada menos, que un sistema con un puñal enterrado, desangrándose mientras el Gobierno del cambio se esfuerza incansablemente en buscar misterios en lugar de encender los faros.