¿De quién es la tierra? Esa pregunta tendría un sinnúmero de respuestas. Podríamos decir que históricamente la tierra sería de aquellos pueblos prehispánicos que habitaron nuestro continente. Pero tampoco podemos llamarnos a engaños.
Hoy esos pueblos requieren y necesitan que el Estado de alguna manera devuelva por lo menos algo de lo que durante siglos les fue arrebatado.
Sin embargo, la actualidad hace necesaria una lectura diversa y hasta confusa de ese espinoso tema. No es fácil, así lo están demostrando los hechos.
Nuestra población campesina, la que está ubicada sobre la Cordillera Central, en jurisdicción de los municipios de Bugalagrande y Tuluá, principalmente, y también Andalucía, el fin de semana salieron en forma masiva a protestar. Se hicieron sentir, tal vez como nunca antes lo habían hecho, de forma masiva.
Que hubo presiones externas, seguramente. Pero la movilización popular no puede ser estigmatizada, ni mucho menos los pobladores de nuestros campos, quienes durante décadas han vivido bajo el yugo de la amenaza del fuego, que históricamente han impuesto distintos grupos al margen de la ley, llámese guerrilla, paramilitares o el grupo que sea.
Fenomenal sería que de esa gigantesca participación campesina del fin de semana anterior, en la que todos se unieron bajo un solo propósito, se aprovechara para objetivos grandes, que signifiquen desarrollo integral de estos territorios, para que el Estado, nacional, territorial o municipal, por fin se dé cuenta de la importancia del campo, de sus potencialidades, pero eso solo se logra mediante la unión, el trabajo mancomunado y la organización.
Ahora bien, si se les fue la mano o no a los campesinos, si su protesta va en contravía de intereses de otras comunidades, ese es un escenario que se debe analizar, en el que el resultado final debe ser coherente con las peticiones, sin que se vulneren los derechos que, por ley e historia, ya tienen adquiridos.









