Ante una asamblea solitaria, el presidente Gustavo Petro se despachó en contra de su homólogo de Estados Unidos, Donald Trump, calificando su posición antidrogas de equivocada, mientras que la delegación de ese país en la ONU abandonaba el recinto en señal de total desaprobación frente a un discurso cargado de odio, beligerancia, arrogancia y desafío constante.
Presentó un retrato del país en materia de control de la droga muy lejos de la realidad y se victimizó al descalificar al mandatario estadounidense por descertificar al gobierno colombiano en la lucha antidrogas. Contra toda evidencia, el presidente colombiano mantuvo una actitud altanera, hablando de cifras que no corresponden a la verdad, pues está comprobado el aumento en la siembra de coca, en la producción de hidroclorhidrato y en la violencia creciente de los grupos delincuenciales que perturban el orden público de manera permanente.
Guardó absoluto silencio sobre el miedo y la zozobra que vive el departamento del Cauca, donde las llamadas disidencias de “Mordisco” hacen y deshacen a su antojo en todas las poblaciones de la región. Permaneció mudo frente a las masacres de policías en Antioquia, no dijo nada sobre la alarmante situación de violencia en el puerto de Buenaventura, en la región del Catatumbo ni frente al terrorismo del Clan del Golfo en el Urabá antioqueño.
Es apenas normal que, si el gobierno de Estados Unidos gira cada año la suma de 350 millones de dólares para combatir el narcotráfico y los resultados no son los esperados, el reclamo sea justo y necesario.
De otro lado, queremos unirnos a las voces de delegatarios de esa misma organización mundial que clamaron por una reestructuración de la ONU, al demostrarse una y otra vez que perdió el objetivo de su histórica creación: servir de instrumento mundial para garantizar la paz y la seguridad entre las naciones. Ese propósito se diluyó hace tiempo, mientras se multiplican organismos secundarios que desdibujan la raíz de su fundación.
No hay referentes dignos de imitar entre los pueblos. La polarización mundial se reflejó plenamente en esta Asamblea, donde cada participante defendió su punto de vista como si se tratara de una verdad revelada. Nuestro mandatario no representó a todo el pueblo con su discurso viejo y obsoleto, sino que, como siempre, lo dedicó a autoelogiarse, a avivar su gigantesco ego y a hablar de utopías remotas e irrealizables, en medio del desorden en que tiene sumida a la mayoría de la población.
Lo que se vio fue un maremágnum de posiciones antagónicas de mandatarios de todas las latitudes, sin ideas profundas y con liderazgos débiles que buscan apoyos inútiles, como el gobierno de Ucrania, donde se masacra a su pueblo sin que la izquierda mundial diga una sola palabra frente a la posición guerrerista de Putin, mientras sí elevan gritos al cielo contra Netanyahu, otro violento sin vergüenza alguna ante las naciones.
Presenciamos una sarta de mentiras ante una organización ineficiente, urgida de una reorganización definitiva, en la que se tomen decisiones que cumplan con el objetivo de su creación. Hoy la burocracia abunda, los resultados son nulos.