Debo admitir que aún el fútbol femenino no me seduce del todo y que me cuesta trabajo seguir un partido durante los 90 minutos y ni siquiera los del América, que es el equipo de mis amores ha logrado cautivarme y emocionarme lo suficiente.
Pero el pasado sábado hice parte de los millones de colombianos sentados frente a la pantalla e hice fuerza a la Selección Colombia Femenina que ya logró un cupo a los juegos olímpicos de Los Ángeles 2026 y que disputó la final de la Copa América ante la múltiple campeona del continente y una de las mejores del mundo.
Me atrevo a decir que todas las finales que he presenciado de equipos colombianos llámense selección o clubes del rentado nacional, la del 2 de agosto fue uno de las mejores y vibrantes y pese a la derrota me quedó la sensación que las chicas del combinado patrio hicieron más de lo que se esperaba.
Es erróneo comparar lo hecho por las damas vs la selección masculina, pues mientras a los hombres se le invierten billones de pesos, las mujeres reciben las migajas de esa gran torta y ni siquiera tienen una liga digna que les permita prepararse con mayor rigor. Las dirigidas por el profesor Marsiglia son futbolistas hechas a pulso, con garra y disciplina que se han ido a probar suerte al exterior, algunas de ellas con un nivel superlativo que les ha permitido conquistar lugares de honor y codearse con las mejores del planeta.
Resulta mezquino e insensato restarle valor a lo conseguido en la memorable jornada sabatina, pues estamos hablando de un deporte que apenas se abre espacio y al menos ya ellas tienen un cupo a la justa Olímpica en el 2026 de la que los hombres han participado en cinco ocasiones a lo largo de toda la historia con paupérrimas figuraciones.
Para destacar la posición de las jugadoras que sin temblarles la voz le dijeron al presidente Petro que quitarle plata al deporte es como cercenar los sueños de miles de jóvenes que tienen esta actividad como una puerta para escapar de la pobreza.