Se lee en internet que “La literatura es una de las Bellas Artes y una de las más antiguas formas de expresión artística, caracterizada, según el Diccionario de la Real Academia Española, por la expresión verbal. Es decir, que alcanza sus fines estéticos mediante la palabra, tanto oral como escrita…” En este concepto cumple un papel esencial el lenguaje literario, a diferencia del lenguaje ordinario, que fluye en la cotidianidad.
Así las cosas, el primero procura la belleza, mediante el uso de figuras literarias, para imprimir un sello único al discurso. Son entonces, los escritores, por medio de este lenguaje, quienes con su pluma recrean su imaginación para describir la naturaleza, la vida, y los acontecimientos que en ella ocurren.
Son ellos, los cultores de un fino estilo, quienes nos transportan a mundos reales o creados, para enseñarnos que la palabra no solo representa objetos, sino que ésta por medio de su poder, a través de la narración, se complementa, se interpreta, se vuelve polisémica para afirmar el sentido de lo que se dice, de lo que se siente, de lo que se observa, de lo que puede agregar el lector, para derivar la mejor comprensión posible de una obra.
En este fascinante trabajo, ya sea en español, en inglés, en francés o en cualquier otro idioma, los literatos han enriquecido la cultura del mundo, desde tiempos remotos hasta la actualidad; en este recorrido vale mencionar, entre otros, a Emily Bronte, Agatha Christie, Edgar Allan Poe, Ernest Hemingway, Víctor Hugo, Franz Kafka, Miguel de Cervantes, nuestro premio Nobel Gabriel García Márquez y el recientemente fallecido, también premio Nobel, Mario Vargas Llosa, a quien dedico estas líneas.
Vargas Llosa se distinguió por su rigurosidad narrativa y la exploración de asuntos sociales y políticos, temas que desarrolló magistralmente en obras como la Ciudad y los Perros, Conversación en la Catedral, La fiesta del Chivo, Cinco Esquinas…