Desde que me trasladé a Cali por mis estudios universitarios, hace ya varios lustros, tenía que hacer el recorrido Pasto-Cali- Pasto. Ahora, viene a mi memoria un trayecto que en pocas ocasiones hice sin contratiempos, puesto que, las más de las veces, éste implicaba trasbordos o tensos trasnochos.
En otras oportunidades, debido al tamaño de los derrumbes, tuve que cancelar mis viajes a Pasto, donde reside mi familia. Por supuesto, la alternativa de tomar un avión, parece atractiva, pero debido al alto costo de los tiquetes, estos solo son asequibles para un puñado de viajeros.
Esta es una situación que no he podido entender, puesto que el trayecto Cali-Pasto es corto, comparado con otros destinos más distantes desde Cali; sin embargo, los tiquetes a dichos sitios son más módicos que los que se registran hacia la ciudad volcánica.
En todo caso, el tema de los taponamientos, que ha vuelto a escena en estos días, es añejo, es un fenómeno, que, según expertos, se genera por la falla geológica denominada El Romeral, que se extiende desde la costa norte del país, en dirección al Ecuador, pasando por Medellín, Armenia y Popayán.
Afortunadamente, se ha retomado la necesidad de solventar esta dificultad con la construcción de una megaobra, que hace parte de la Quinta Generación (5G) de concesiones. Se espera que esta propuesta se consolide con celeridad, y que no se difumine en el tiempo y en el espacio, como ha ocurrido con muchos proyectos en nuestro país.
Como es de suponer, el asunto en comento no solo afecta la economía del departamento de Nariño, harto golpeada por la situación descrita, sino que lo escinde del resto del país, convirtiéndolo en una región de segunda categoría, debilitando, además, su progreso y visibilidad a nivel nacional e internacional. No de menor importancia en este relato son las vidas que se han perdido por las avalanchas, las mismas, que, además, impiden el paso de ambulancias con enfermos de gravedad.