A veces en la vida las cosas no salen como uno quiere y llega ese momento en el que una ya no es consciente y la vida nos pone delante un “punto y coma”; exactamente como ese que puede verse allí, y ¿Cuál es su función? Bueno, pues marca una pausa, una breve interrupción que no cierra por completo una idea.
Hace poco, la vida, como Dios, complejo escritor de difícil interpretación me invitó a reflexionar sobre este signo de puntuación de una forma muy intensa y particular: a través de una coma. Esto me detuvo, pero no de forma definitiva, sino temporal, fue una pausa, una interrupción de flujo, una promesa de seguir escribiendo después; ha sido en mi experiencia un descanso para el cuerpo donde mi mente no dejó de trabajar, donde mi mente interpretaba los sonidos que podía escuchar y el contacto físico, pues esta pausa no me permitía moverme pero sí sentir.
Y aún después de la reflexión donde el cuerpo y la mente no vuelven a ser el mismo, es difícil pensar en una vida distinta a la que con antelación llevaba, no era una mala vida, solo que el ritmo que marcaba no era el adecuado y el cuerpo cansado de avisar decidió apagarse un rato.
Fue una pausa necesaria para que así como este texto, la existencia misma siga teniendo coherencia, significado y relevancia; este signo no es igual para todo el mundo, por lo que independientemente de su posición en la vida, no debe minimizarse o justificarse, cada lector detrás de este periódico tiene el suyo y, a veces, como en esta ocasión, aquellos “punto y coma” nos permiten reflexionar y hallar significado, valorar lo que se ha vivido y lo que aún falta por vivir, para así encontrar en medio de estos bastos mares de palabras una posibilidad de que después de aquel signo todo tome el rumbo debido y despertar de aquel coma tal vez destrozado, pero con esperanza en que todo será mejor.