¿La paz total para cuándo? esa es una pregunta que me hago con frecuencia, pues sin duda se trata del anhelo más antiguo del pueblo colombiano que año tras año ve como el conflicto armado se transforma y aparecen en el panorama nuevos grupos al margen de la ley, llámense disidencias, bandas criminales, delincuencia común organizada, entre otros.
Pero más allá de las balas, explosiones y demás hechos que alteran la tranquilidad me preocupa la guerra verbal que hoy se aprecia en un país polarizado al extremo y donde políticos, periodistas y ciudadanos del común viven su propia guerra de epítetos, insultos y señalamientos por x o por y motivo.
Los últimos episodios vividos en el Capitolio nacional, donde los parlamentarios del Pacto Histórico y el Centro Democrático por poco se lían a los golpes, es una prueba de cómo el conflicto que está viviendo país tiene el fogón en las palabras de una dirigencia que hace rato es inferior al pueblo que los eligió.
Ese escenario nacional tristemente se traslada a las regiones. En el caso del Valle del Cauca, recientemente, se han escuchado voces de diputados que arremeten unos contra otros por el simple hecho de estar en orillas contrarias pretendiendo que se dé la peligrosa unanimidad que empobrece el debate, elemento esencial en lo público.
Se olvidan los servidores públicos que el fin único de su misión es trabajar por el desarrollo integral de la ciudadanía y nada bien le hacen cuando a través de sus redes sociales se acusan unos y otros usando todo tipo de descalificativos que rayan hasta con el improperio.
Para todos sin excepción vale la pena recordar un fragmento del evangelio de San Mateo que dice: “No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre” o dicho en otros términos por San Lucas: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo que es bueno; y el hombre malo, del mal tesoro saca lo que es malo; porque de la abundancia del corazón habla su boca».