Una sombra grande, silenciosa y preocupante se extiende sutilmente por todo el territorio vallecaucano, penetrando hasta los hogares más vulnerables, aprovechando la ausencia del Estado y el abandono del sector productivo.
Esta semana, el alcalde de la capital del Valle, Alejandro Eder, dio el primer campanazo de alerta al señalar el alarmante aumento del reclutamiento de jóvenes por parte de bandas criminales. Estos jóvenes se ven involucrados en actividades como extorsión, narcotráfico, secuestro, hurto y el accionar de grupos guerrilleros en las montañas del país.
Es lógico pensar que, frente a una situación de desempleo creciente y el abandono de la educación básica, muchos jóvenes colombianos se vean tentados por las ofertas de las bandas delictivas, que, a primera vista, parecen atractivas. Estas organizaciones prometen dinero fácil, poder y un estatus social, al menos dentro de sus comunidades, donde son conocidos y reconocidos.
Sin embargo, estos jóvenes ignoran que están cayendo en una trampa mortal. Las estadísticas lo confirman: cientos de muertos diarios tiñen de sangre el territorio nacional, incluida, lógicamente, el centro y norte del Valle del Cauca. Esto resulta en un incremento irremediable de la violencia, creando zozobra e intranquilidad en la comunidad regional, lo que desestabiliza el normal ritmo de trabajo en las grandes y medianas ciudades. Es bien sabido que, en un clima de violencia generalizada, la inversión económica se aleja de inmediato, agravando aún más la situación de desempleo y deserción escolar.
Es difícil creer que las bandas criminales le estén ganando la batalla al Ejército Nacional en materia de reclutamiento, cuando el mismo Estado ofrece el servicio a la patria a través de las Fuerzas Armadas, o cuando la Policía ofrece formar parte de sus instituciones para prestar un servicio al país. Por ello, resulta urgente que el Estado implemente métodos y propuestas más atractivas para contrarrestar a las bandas delictivas en esta batalla silenciosa que se libra en los barrios y veredas, donde viven los jóvenes más alejados y olvidados, especialmente en las zonas rurales. Es ahí donde deben ofrecerse alternativas, donde deben tomar conciencia de los peligros de elegir el camino fácil en busca de un falso mejor nivel de vida.
Este es un trabajo arduo, pero urgente. El país está perdiendo a su juventud, que ya no encuentra respuestas ante un Estado paquidérmico y un sector productivo mezquino, que no ofrecen seguridad ni un futuro prometedor. Los jóvenes, en su desesperación, buscan por cualquier medio un propósito en su vida, pero caminan a ciegas, dando bandazos sin encontrar una salida digna a sus ambiciones.
Es en esta población más vulnerable donde el Gobierno y el sector privado deben fijar su atención de inmediato, porque mañana será demasiado tarde. No habrá tiempo para lamentarse sobre la leche derramada, pues tampoco habrá quien la seque.
Las alarmas ya se han encendido desde la capital vallecaucana, y este problema afecta también a los municipios del centro y norte de la región. Es hora de actuar en conjunto, priorizando el bienestar de la juventud por encima de la vanagloria propia de la politiquería tradicional, que tanto daño ha hecho al país.