Aunque de entrada esta columna ya es considerada una utopía por mi compañero de redacción Francisco Javier Polanco, quiero soñar con que sea posible y desde esta tribuna proponerle al alcalde Gustavo Vélez, a la directora del Departamento de Arte y Cultura, Gisella Calero, que lideren una cruzada y le sugieran al gobierno nacional del presidente Gustavo Petro, a través del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes que, ante una eventual venta del Teatro Sarmiento, sea el Estado el que oferte por la icónica edificación y un auténtico patrimonio de los tulueños.
Mi sueño realmente es ver convertido el lugar en un epicentro del arte y la cultura, con un museo en los espacios que posee, salones para conferencias y talleres y el teatro como tal modernizado para que regresen a él los grandes espectáculos.
Esta utopía va acompañada de la propuesta para recuperar y modernizar el centro de la ciudad y hacer que el Teatro Sarmiento se convierta en el gran eje de la Gran Manzana Comercial que ha visionado siempre la Cámara de Comercio de Tuluá y, de paso, inyectaría nuevas energías a una actividad que ha venido cayendo de forma estrepitosa.
En parte esta propuesta la hago porque en caso de que la familia Marmolejo Varela decida desprenderse de ese inmueble con más de 100 años de historia, no faltará el empresario que quiera comprarlo, demolerlo y levantar allí otra mole de cemento sin importarle un ápice lo que representa para los tulueños.
Lo escribo hoy como un sueño que ojalá pueda ver hecho realidad y sino que sea mi descendencia la que lo disfrute un día, tal como lo hice yo cuando de la mano de mi padre vi ahí mi primera película llamada Relámpago sobre Ruedas, la que nunca olvido, pues para ese entonces ni siquiera televisor había en casa. Ya se imaginarán mi cara de sorpresa ante esa pantalla gigantesca. Es una utopía que escribo como tulueño raizal y el derecho que me da tener el ombligo enterrado en la casa de mi tío Fabio en El Porvenir, barrio del occidente de Tuluá.