Cuando estaba en la etapa escolar recuerdo los cantantes y artistas de esa época, entre otros, a Antonio Aguilar, Jorge Negrete, Pedro Infante, Javier Solís, que eran los charros mejicanos de moda y vestían el atuendo típico de su país y, entre los de esta región, a Julio Jaramillo, Víctor Hugo Ayala, el español Julio Iglesias, el argentino Leonardo Fabio y Roberto Carlos, el brasileño, y otros más que, por el poco espacio, no podría enumerarlos.
En su mayoría, se presentaban elegantemente vestidos, eran pocos los acompañantes de sus orquestas, en suma, lo que importaba era su voz y la coreografía muy sobria. Veo todo el cambio suscitado en el mundo moderno, en donde cada artista debe pintarse de piés a cabeza, tatuarse lo más estrambótico posible, bailar con movimientos estereotipados, entre más bulla realicen, mejor y las letras de ahora que son urbanas, ni mencionarlas, salvo excepciones.
Me parece muy extraño, que los defensores del feminismo a ultranza, no hayan salido rápidamente a protestar por la última producción del cantante antioqueño, J.Balvin, en donde realmente deja a la mujer por el suelo, le da un tratamiento de “perra” y los personajes que aparecen están pintados de forma, para mí, horrible, parecen monstruos sacados de ultratumba, para asustar y no para divertir. Allí hay algo más que música, talento y gracia, es una ofensa hacia la mujer a quien tantos artistas le han cantado bellamente.
Y por ahí, acabo de ver, una artista extranjera, bañándose en sangre, claro para llamar la atención, por lo menos yo que no entiendo su idioma, nada me dice, mucho menos a mi edad y me retiro de la televisión, para escuchar mis preferidos.
Me quedo con el programa de la Voz Senior, en donde me han hecho llorar a moco tendido, como a todos los jurados, que tienen un gran corazón y miradas renovadas hacia los hombres y mujeres que han vivido un tiempo de gloria, fama y aplausos.