Mi mamá lo primero que hizo fue abrazarme, me cargó y salió corriendo hasta que me puso a salvo» cuenta con una sonrisa amorosa Brayan, al tiempo que asegura «a pesar de su condición, de tener que dormir en la calle, ella me cuidó, me dio amor, cumplió su labor de madre durante 10 años, hasta que decidió regalarme».
«La flaca»
Luz Edilia Escobar Bedoya nació en Bugalagrande, municipio del centro del Valle donde todavía vive parte de su familia, y donde desde muy joven se dejó atrapar del flagelo de las drogas, las mismas que la llevaron a vender su cuerpo.
Producto de una de esas noches locas es Brayan, su hijo mayor, quien hoy tiene 25 años de edad y se dedica al canto, talento que le ha permitido llevar una vida digna, pero especialmente apoyar, en la medida de lo posible, a su sufrida madre.
Pero Brayan no es el único hijo, llegaron luego seis más y de diferentes padres y aunque asegura que sabe dónde están los cuatro que le siguen en orden de nacimiento, le perdió el rastro a los dos últimos; uno se lo quitó el ICBF a «La flaca» y la menor, ella misma la vendió.
«Ninguno quiere saber de mi mamá, no quiero hablar mal de ellos por su decisión, pero sí decidí alejarme. Es que madre es madre», dice enfático.
Edilia vive hoy en un rancho a punto de caer, acompañada de un hombre, también consumidor, pero que hace las veces de cuidador y al que Brayan agradece infinitamente.
Cada vez está más delgada, porque a pesar que su familia de sangre quiso ayudarla en tres oportunidades, hace bastante tiempo ya, el problema de las drogas fue creciendo a través de los años.
«La flaca» está indocumen-tada y es considerada una habitante de calle, en la que se ha visto expuesta a todos los peligros, inclusive ya ha sido atropellada por vehículos, a los que se les atraviesa cuando está alejada de sus cabales.

La negativa
Cuando Edilia se entera, a sus 15 años de edad, que viene un bebé en camino, decide visitar al «posible» padre, quien, como era de esperarse no aceptó la responsabilidad.
«No lo culpo, es comprensible que en ese momento se negara, era muy joven y aparte de eso la condición de mi mamá lo hacía dudar», comenta Brayan que aprendió a trabajar desde que tenía 7 años de edad.
Ante la negativa, «La flaca» no tuvo de otra que salir adelante con su pequeño, pidiéndole a la gente ayuda para poder alimentarlo, pero durmiendo la mayor parte del tiempo en la calle.
«Un día nos fuimos para la orilla del río, donde se reúnen la mayoría de habitantes de calle, y allí estaba un niño con un señor, su abuelo, y nos pusimos a jugar.
Después de un rato me dijo que fuera a su casa y, aunque estaba temeroso de que me rechazaran, porque a pesar de mi edad era consciente de mi condición, andaba inclusive sin zapatos, días después fui a buscarlo», relata con nostalgia.
Aunque al principio hubo negativa por parte de la madre del pequeño para que entablara amistad con Brayan, con el paso del tiempo fue aceptado.
«Recuerdo cuando doña Rosa, así se llama la mamá de mi amigo, me preguntó quién era mi madre.
Me dio mucha alegría cuando me dijo que habían sido compañeras de colegio y que además quería hablar con ella», dice.
Lo que desconocía el muchacho, en ese entonces de 10 años, era que esa sería la puerta de entrada a un cambio radical en su vida.
«Doña Rosa se conmovió y le ofreció quedarse conmigo, y mi mamá sin reparo, seguro pensando en un futuro mejor para mí, me regaló».
«Sin perder el contacto»
A pesar de que durante los 5 años que vivió con la familia de Alvin Guerra, el amigo que hizo en el río, fueron tranquilos, formadores y revitalizantes, el pequeño Brayan jamás quiso perder el contacto con su madre.
«Ella sí quiso guardar distancia, se relajó, pero yo me negué y gracias a eso hoy todavía vivo pendiente de ella, puedo estar al tanto de lo que le pasa y le ayudo en lo que esté a mi alcance».
El papá
Pero la historia de Brayan no para allí. Cuando se acercaba a los 15 años de edad un hermano de su papá llegó a la casa de doña Rosa para conocer a su sobrino, pues el parecido físico entre ellos es innegable.
Tras varios días de charlas, el tio le ofreció irse para su casa, invitación que fue impulsada por su cuidadora, porque al fin y al cabo, familia es familia.
«En ese momento inició el proceso de acercamiento a la familia de mi padre, que no niego, no fue nada fácil.
Mi padre hoy tiene un hogar conformado, con una hermosa hija, pero con todos tengo una excelente relación», expresa, al tiempo que recuerda el instante en que se su papá le sonrió y lo llamó por su nombre.
«Ese día fui feliz, como lo seré cuando pueda sacar a mi mamá del estado que se encuentra, ese es mi mayor sueño».
La próxima semana vea en video la entrevista completa en www.eltabloide.com.co y en nuestras redes sociales.