Una corriente helada atravesó mi cuerpo, salí del cuarto hacia la sala para constatar de quién se trataba: era Freddie Mercury cantando de una forma que nunca sentí cantar a alguien, poseía algo profundo, inexplicable, algo que no era de este mundo: “Espacios vacíos, ¿Para qué estamos viviendo? Lugares abandonados, Supongo que sabemos el resultado.
De nuevo y de nuevo, ¿Alguien sabe qué estamos buscando?” Un impulso animal me empujó a investigar todo sobre la canción ¿De qué está hecho un hombre que canta así? Encontré la respuesta, y de nuevo la corriente helada atravesó mi cuerpo: Mercury estaba muriendo mientras cantaba The show must go on. La noticia fatal llegó pocas semanas después.
Stig Dagerman escribió en Nuestra necesidad de consuelo es insaciable: “Como sé que la permanencia del consuelo es tan corta como la del viento en la copa de un árbol, me apresuro a apoderarme de mi víctima”. ¿Qué hacer ante algo tan efímero? Brian May, el astrofísico y artista prodigio, integrante de Queen y compositor de la canción mencionada, respondió cuando escribió la letra y melodía con la clarividencia de quien comprende las otras palabras de Dagerman: “el hombre no necesita un consuelo que sea un retruécano sino un consuelo que resplandezca”, eso era lo que precisaba Freddie Mercury.
Dagerman tenía plena consciencia de su don, por eso buscaba lo que no conseguía: “la confirmación de que mis palabras han tocado el corazón del mundo”. Brian May sí lo hizo: logró inventar un tótem/canción para conectar una vez para siempre al Freddie Mercury que se desvanecía mientras cantaba, al Freddie muerto, y a los seres humanos electrificados ante su interpretación.
Mercury frente a un micrófono, ya bastante débil, sus compañeros le dijeron que cantarían las notas altas, “Joder, lo haré, cariño”, dijo. Allí estaba, siendo plenamente consciente de su finitud, ante la probabilidad de morir en unos instantes, semanas o meses; y sin embargo, the show must go on.