Sin duda es una de las regiones que más aporta no solo a Colombia sino al mundo entero en temas de biodiversidad, medio ambiente, aire puro, playas vírgenes, agua pura y un centenar de detalles más y, aun así, es una de las regiones más olvidadas por el Estado.
Es decir, su importancia histórica ha sido irrelevante en el pasado, mientras que otras regiones que aportan muy poco en temas de sustentabilidad gozan de mejor calidad de vida, infraestructura vial, servicios públicos domiciliarios, atención en salud y cobertura a todo nivel imaginable para la ciudadanía.
Con la COP16 a realizarse prontamente, el mundo debería poner sus ojos en esta parte de Colombia y exigirle a la nación una respuesta más acorde a lo que esta región merece; sobre todo si se mira hacia el Chocó con atención, un departamento que posee casi la mitad del área de la región pacífica.
Por dar un ejemplo; si se tiene en cuenta el porcentaje de cobertura en servicios públicos domiciliarios que entregó el DANE en su último censo, este ronda los promedios más bajos de la nación al fondo de la tabla: la electricidad llega al 75,8% de la población, la recolección de basuras al 48,6%, el acueducto al 28%, el alcantarillado al 20%, el internet llega apenas al 13,3% y el gas natural solo al 2,3%.
Los departamentos del Cauca y Nariño le siguen de cerca al Chocó, casi a media tabla, con índices que, en contraste con los del Valle del Cauca, causan solo tristeza.
En ese sentido, las regalías del sistema general de participación deberían enfocarse en el futuro de forma constante y eficiente en el desarrollo de este tipo de regiones con las que se tiene una deuda ancestral, para que alcancen niveles de cobertura similares a los de Bogotá (99% promedio ponderado), brindando así una vida digna a la población priorizada en los últimos planes de desarrollo nacional como lo son los afrodescendientes e indígenas, que solo en la región pacífica conforman el 90% de los ciudadanos.