Tuluá se va despoblando de los personajes que le han dado al terruño su singularidad, su identidad y pertenencia. Porque la geografía intelectual y emocional de un poblado, no es la misma de su conformación urbana, aunque en un determinado momento de su desarrollo pudieron confundirse.
Esta característica que podemos llamar el espíritu de la población se puede establecer particularizando los rasgos principales de sus moradores. Y, a la pregunta ¿qué caracteriza a un tulueño? Se podría contestar, de varias maneras, su tranquilidad, su bonhomía, su empatía, su socarronería, su humor, su solidaridad y lo que Gustavo Álvarez Gardeazábal llama su talento chísmico.
Anotando que dichas propiedades tienen diversos rangos entre los avecindados en el terruño, dependiendo de una serie de diversos factores que en general pueden resumirse en dos, origen familiar y oficio que se desempeña.
Pero una especie muy excepcional de habitantes, llamados “Tulueños Fatutos”, las reúne todas. A esa original cofradía pertenecía el recién fallecido Hernando Escobar García.
Si a esas especiales distinciones, le sumamos que Hernando Vicente, conoció a Gustavo Álvarez Gardeazábal en el jardín de infantes de las madres franciscanas y desde allí se forjó una amistad que con el tiempo se convirtió en más de treinta y cinco años de trabajo intelectual conjunto, el uno como contador de historias y el otro como digitador de las mismas, para lograr los libros que tanto lustre le han dado a Tuluá, tanto que por ellos, más que por cualquier otra circunstancia, la ciudad es conocida allende nuestras fronteras.
Entonces podemos afirmar sin ambages que la muerte de Hernando Vicente nos deja un vacío imposible de llenar, así nos dedicáramos a caminar la ciudad diariamente como él acostumbró a hacerlo, con las obligatorias paradas para comprar las delicias del mecato tulueño.