Son las cinco de la mañana, apenas estamos despertando cuando suena el teléfono…”buenos días le estamos hablando del hospital o de la clínica X queremos informarle que su papá, (mamá, hermano, hijo, abuelo, etc) falleció a las 2 de la mañana víctima del COVID”. El sentimiento de vacío y de tristeza es bien grande, las pocas esperanzas que habían de vida se esfumaron porque Dios en su infinita misericordia decidió que debía ir a disfrutar del reino de los cielos.
Este relato le pasa hoy a cientos de familias que ven cómo sus familiares se fueron sin despedirse, se fueron en la soledad de una sala UCI víctimas de una enfermedad que cada día se va tornando más difícil. Se fueron con pocas personas que estuvieron a su lado para darle el último adiós porque así lo piden las normas de bioseguridad. Un año después de su aparición, y aunque ya hay vacunas para atacarla, el COVID sigue dejando muertos por cantidades alarmantes, y en muchos países el fantasma del confinamiento que parecía terminar aparece de nuevo para decirle a la gente que nos tenemos que seguir cuidando, que tenemos que seguir los lineamientos que nos plantea la Organización Mundial de la Salud y los gobiernos de turno, que esto no es juego y que en cualquier momento la próxima víctima puedo ser yo, o mi esposo (a), o mis padres o cualquiera de nuestro núcleo familiar.
Tenemos que aprender a convivir con la pandemia, tenemos que seguir prestando atención a las medidas de bioseguridad. Esto no es un juego y los más de 60 mil muertos que ha dejado en nuestro país son la prueba mas clara de esto. Para todas las víctimas mortales de esta enfermedad nuestra plegaria a Dios para que los tenga en su reino y para todos sus familiares nuestra solidaridad y oración para que el Dios de la vida los fortalezca en medio del dolor por la pérdida de sus seres queridos.