Según los datos suministrados y publicados por la encuesta adelantada por Invamer, la seguridad sigue siendo la principal preocupación de los colombianos.
La llamada “paz total” del presidente, desafortunadamente, ha sido un fracaso —ese sí total—, mientras el propio mandatario guarda silencio frente a hechos abominables que mantienen en zozobra permanente no solo a las fuerzas militares y de policía, sino a la población en general.
Nunca en la historia reciente de Colombia se había visto al Ejército Nacional ser humillado por un grupo de civiles, como ocurrió en Jamundí, en medio de la sorpresa e indignación ciudadana. La gente observa con tristeza el desestimulo a las tropas, los constantes cambios en la cúpula militar y policial, y una política de seguridad errática que no ha dado frutos ni respaldo efectivo a quienes arriesgan su vida en las calles.
A un año de finalizar su mandato, son muchos los proyectos que el presidente deja pendientes, y tal vez no tenga tiempo ni condiciones políticas para culminarlos. Las elecciones del próximo año ya se aproximan, las relaciones con el Congreso son tensas y los legisladores parecen más ocupados en sus regiones y en asegurar su reelección que en acompañar iniciativas del Ejecutivo.
Uno de los temas más críticos es el de la salud. La situación se agrava a diario. Hospitales cierran servicios, la Nueva EPS —que atiende a más de 12 millones de colombianos— atraviesa uno de sus momentos más críticos, y los usuarios encuentran cada vez más barreras de atención en distintos centros hospitalarios. Las quejas crecen como una bola de nieve a punto de estallar, con consecuencias fatales. Se percibe un nuevo estallido social en el ambiente, o quizá uno inducido sutilmente desde las esferas oficiales, alimentado por el incumplimiento sistemático de promesas.
El gobierno no ha demostrado capacidad para asumir la cobertura que hoy ofrece el aseguramiento privado. Y en medio de esa incapacidad, la salud de millones de colombianos está en riesgo.
Como bien lo dijo un expresidente: el país está “descuadernado”. Y buena parte de esa sensación se debe a la inestabilidad del gabinete: más de 50 ministros han pasado por los despachos en apenas tres años. Según palabras del propio presidente, muchos “no han entendido el programa de gobierno”, y parece que tampoco lo ha entendido buena parte del país. Se ha gobernado más con confrontación que con gestión; más desde el discurso que desde la acción; más desde la división que desde la unidad.
Es paradójico que se hable de paz total mientras el presidente, frente a sus adeptos, utiliza un tono agresivo y vociferante que incita más al odio que a la reconciliación. En lugar de promover un acuerdo nacional, impulsa la lucha de clases y margina a los verdaderos representantes de los colombianos: los cuerpos colegiados y los principales gremios productivos del país.
Cuando el presidente ya tiene “el sol a sus espaldas”, debería centrarse en trabajar por resultados, dejar a un lado el celular y la confrontación constante, cumplir con sus promesas y adoptar una actitud menos soberbia. De lo contrario, su ideario continuista se hundirá irremediablemente en el mar de las necesidades insatisfechas.