Una profunda tristeza me produjo ver el video que circuló profusamente por las redes sociales donde se muestra la forma cobarde como es agredido el equipo arbitral encargado de impartir justicia en la cancha de La Troja en Santiago de Cali.
La competencia oficial del Torneo de las Américas, que cuenta con el aval de la Liga Vallecaucana de Fútbol, se vio empañada por la reacción energúmena de jugadores, padres de familia y formadores del América de Cali categoría sub17, quienes fueron incapaces de aceptar una decisión arbitral normal en cualquier partido aficionado o profesional.
Más allá de las sanciones que sin duda se aplicarán para todos los involucrados en el bochornoso espectáculo, se demuestra una vez más la fragilidad mental con la que se está formando a las nuevas generaciones y la agresividad que se hace evidente en todos los niveles y que sin duda tiene su origen en el seno de los hogares, pues una buena cantidad de agresores eran papás de los jóvenes futbolistas.
Este hecho no puede pasar inadvertido y debe llevarnos a pensar en la necesidad de invertir en una formación integral de los niños y jóvenes, enseñándoles a competir y ante todo a respetar las instituciones y las autoridades encargadas de administrar justicia.
No se puede bajo ningún punto de vista ceder un ápice en las sanciones para todos los implicados y de manera especial con quienes tienen la función de ser formadores de esos talentos deportivos a quienes les asiste la obligación de ser ejemplo para esas canteras deportivas en cualquier disciplina.
Lo sucedido en La Troja, donde la competencia es de carácter amateur, es justamente lo que se refleja en los estadios de la Liga profesional donde los aficionados se creen dueños de los clubes y se atreven a intimidar jugadores y directivos e incluso tomarse por asalto las canchas. Es hora que la legislación deportiva realmente le ponga límites a esas actuaciones para que el deporte siga siendo ese bálsamo que nos refresca y nos libra de las tensiones diarias.