Cuando éramos pequeños (al menos a la mayoría de nosotros) nos cuidaban nuestros abuelitos, nos mimaban, consentían y nos enseñaron muchas cosas que aún viven en nosotros. Los abuelos han sido la personas más importantes en la vida de muchos niños e incluso adultos y desde hace mucho tiempo el respeto, cuidado y cariño al adulto mayor ha sido inculcado a todos nosotros. La dulzura que inspira estar con nuestros abuelos no se compara con alguna otra compañía, son personas de las cuales podemos aprender muchísimas cosas y así como ellos han dedicado parte de su vida a amarnos y cuidarnos, nosotros debemos retribuir ese inmenso trabajo con nuestro amor, comprensión y solidaridad, debemos honrar el yo haré por ti todo aquello que hiciste por mí.
Hoy parece como si nuestros adultos mayores hubiesen perdido un lugar en nuestras vidas y muchas personas incluso los tratan como si fueran “algo” en casa, además los niños han perdido aquellos valores para con sus abuelos que por años habían perdurado. ¿Dónde está el respeto? ¿Dónde quedó el amor? Ahora, llega un momento en el que, como toda persona, un anciano no puede valerse por sí mismo, no puede trabajar y se encuentra solo, o incluso tiene familia y vive en su casa, pero nadie puede disponerse a estar con él y lo envían a un ancianato. Es comprensible que no puedan estar al cuidado de sus abuelos o padres ya mayores, por asuntos de trabajo o poco tiempo para dedicar y la única opción para que estén bien sea llevarlos a un sitio donde puedan darles los cuidados adecuados, sin embargo el que no estén en casa no quiere decir que sea una despedida, visitémoslos y apreciemos con todo el corazón cada momento que pasamos con ellos, sin dejarlos a la deriva, pues de nada sirve una buena comida o una buena salud, sin los hijos, nietos o las personas que mantienen viva la dicha del amor incondicional. No abandonemos a nuestros abuelos, como ellos tampoco lo hicieron con nosotros.