El pasado 15 de octubre se conmemoró el Día Internacional de la Mujer Rural. En nuestro municipio, donde más del noventa por ciento del territorio respira campo y apenas un dos por ciento se erige en calles urbanas, esta fecha debe tener un eco especial, un día para mirar hacia las montañas que nos rodean, los caminos huelen a tierra húmeda y reconocer en ellos la huella de las mujeres que sostienen nuestro día a día, aquí la tierra es más que paisaje: es sutento, raíz y memoria. En cada rincón del campo tulueño hay una mujer que, con su constancia y ternura, sostiene la vida.
Aquellas mujeres han sido quienes han madrugado a la par con los gallos, encienda el fuego del amanecer y preparan la jornada con el alma puesta en la tierra, una lucha constante entre el apoderamiento y el sostenimiento de sus hogares, familias y un municipio, en vuelto en una lona sobre sus hombros. Con manos aporreadas por el sol y abrazadas por la esperanza no solo han sembrado alimentos, han sembrado amor y cultivado futuro.
Durante años hemos visto pasar aquellas mujeres por los caminos empolvados, naciendo de la neblina, con canastas, niños y silencio, aunque tal vez, no siempre hemos sabido como ver que en su andar reposa la historia de todo un pueblo; parte fundamental del tejido de la comunidad, quienes cuidan el agua, sostienen la palabra y mantienen viva la tradición, siendo las maestras invisibles del tiempo y las guardianas del campo.
Este miércoles no solo fue una fecha marcada en el calendario, sino un recordatorio de lo que el Corazón del Valle es gracias a ellas, en Tuluá, valorar a las mujeres rurales es cuidar la tierra, reconociendo que en las palmas de sus manos germina el porvenir y en sus ojos entrecerrados por la luz del sol, habita la fuerza del Departamento; mientras existan sus manos y voces, el campo seguirá siendo más que una bonita montaña será un legado.